Facilitado por Jhonatan Correa y Mónica Bran
El Módulo 5 se adentra en la dinámica de la mediación cultural como puente entre los públicos y los espacios culturales. Este proceso de mediación, como eje fundamental de la acción educativa, se convierte en un dispositivo que posibilita el diálogo y la interacción, generando un escenario de reflexión mutua y de reconocimiento de los saberes y las experiencias de las comunidades. Desde su enfoque transdisciplinario, la mediación cultural no solo actúa como un medio para transmitir conocimiento, sino también como un proceso de co-creación que desafía las formas tradicionales de educación, arte y comunicación.
En este módulo, exploramos cómo la mediación cultural, más allá de su rol como traductora de significados, se posiciona como una herramienta para romper barreras entre el público y el arte. La clave radica en entender que, lejos de ser un acto unidireccional de entrega de información, la mediación involucra una escucha activa, una relación horizontal y una constante transformación de los actores involucrados. Además, se toma en cuenta el impacto de las narrativas que emergen del territorio, las prácticas artísticas y la interacción comunitaria.
A lo largo de las actividades del módulo, se reflexionará sobre cómo los mediadores culturales actúan no solo como facilitadores del conocimiento, sino también como agentes que dinamizan el debate, amplían las perspectivas del público y desafían las normas establecidas en los espacios museales. Este enfoque se enriquece al considerar la mediación como una práctica que se alimenta de diversas disciplinas como la curaduría, la comunicación y el diseño, pero también del saber popular y los procesos comunitarios que configuran las realidades locales.
El módulo busca, por tanto, abrir el campo a nuevas formas de entender la educación en el arte, donde el museo y otros espacios culturales dejan de ser lugares de exhibición para convertirse en escenarios de aprendizaje, participación y reflexión compartida.
A lo largo de este módulo, se exploran diversos ejemplos y estrategias de mediación cultural que se apropian de diferentes espacios —como museos, galerías, calles y territorios— para promover una experiencia educativa y reflexiva que involucra no solo a los artistas, sino también a las comunidades y a las audiencias en procesos activos de conocimiento y cuestionamiento.
Desde conversaciones y foros hasta los ciclos de producción o itinerarios culturales, la mediación juega un papel fundamental en la creación de entornos donde las voces de diversos actores se encuentran. Estos ejercicios no solo permiten una circulación de las obras, sino también de las ideas, generando espacios de colaboración entre artistas, mediadores, curadores, diseñadores y las comunidades mismas. A través de actividades como talleres, visitas guiadas, caminatas dislocadas o intervenciones en el espacio público, la mediación cultural permite el encuentro entre lo simbólico, lo práctico y lo discursivo, creando una plataforma de intercambio de saberes que va más allá de lo académico o lo estético.
También se subraya la importancia de las publicaciones, los fanzines, las sonoridades y las prácticas de voluntariado, entre otros, como medios para expandir los alcances de la mediación cultural. Estos espacios no solo sirven para la exposición de obras, sino como vehículos para la reflexión crítica sobre temas contemporáneos, como la gentrificación, el poder, la identidad y la memoria. Así, la mediación se posiciona como un motor de acción cultural, fomentando una interacción constante con el entorno y facilitando procesos de construcción colectiva y aprendizaje compartido.
Algunas de las iniciativas clave que se destacan incluyen:
“El museo como un lugar seguro para resignificar la historia”
Circuitos visuales y derechos culturales: se resalta cómo las prácticas de fotografía se transformaron durante la pandemia, y cómo la fotografía no solo sirvió para capturar imágenes, sino también como un medio para reflexionar sobre lo común, lo privado y lo público en el contexto local. Este proceso se amplió a otras comunidades, generando diálogos intergeneracionales a través de las imágenes.
El estallido social en Santa Fe de Antioquia: la crisis social vivida en Santa Fe de Antioquia se convirtió en un punto de partida para profundizar en la reflexión sobre los derechos humanos, usando el arte y la fotografía como vehículos para poner el foco en cuestiones sociales y políticas.
Proyecto BIO – Expediciones Locales: esta iniciativa vinculó a los jóvenes con la flora y fauna local, permitiendo un acercamiento directo a los ecosistemas del territorio, con un enfoque en la educación ambiental. El involucramiento de expertos en ecología y biodiversidad fortaleció el proyecto, convirtiéndolo en un espacio dinámico de aprendizaje y sensibilización sobre la importancia del entorno natural.
Bioeducación y patrimonio natural: a través de iniciativas como la bioeducación y el mapeo colaborativo, se conectó a los participantes con el patrimonio natural de Santa Fe de Antioquia, explorando temas como las especies en peligro de extinción y las interacciones entre la flora, fauna y las comunidades locales. Las actividades generaron comprensión sobre la interrelación entre los seres humanos y el entorno natural.
Prácticas intergeneracionales: El relato también pone en evidencia la importancia de los intercambios intergeneracionales, al involucrar a niños, jóvenes y adultos en la recolección de información sobre plantas y hierbas medicinales locales. Esto permitió fortalecer las conexiones entre las generaciones y con el paisaje local.
Recorridos a Pie – Escenarios en Conflicto: la iniciativa de exploración de fuentes hídricas en desaparición refleja un enfoque en la educación sobre el agua, sus usos históricos y las amenazas que enfrentan los recursos naturales. Este tipo de actividades invita a una reflexión profunda sobre la gestión del agua y su relación con el desarrollo territorial y la minería.
Durante la sesión con Jhonatan se continúan conociendo una serie de proyectos y experiencias vinculados a la cultura, el patrimonio y la alimentación en contextos locales. Estos proyectos incluyen talleres de alfarería, como los realizados en el Museo Juan del Porral, donde se propone una reinterpretación de los objetos canónicos, sacándolos de las vitrinas para interactuar con ellos y resignificarlos a través del diálogo con los alfareros. La comida y la alfarería se combinan en estos talleres, donde se invita a los participantes a cocinar en ollas alfareras, creando una conexión directa entre el patrimonio material y la experiencia cotidiana de la comida.
Este tipo de interacción también incluye el uso de ingredientes locales, como maíz, calabaza, frijoles, y la naranja agria, que se exploran a través de proyectos como el de “Diálogos digestivos”, una iniciativa que promueve el diálogo sobre la alimentación y sus raíces, vinculando la gastronomía tradicional con la sostenibilidad y el cuidado del patrimonio cultural. En estos talleres y eventos, el proceso se convierte en una reflexión constante sobre los significados de los alimentos y los afectos que se generan alrededor de ellos.
El glosario de Piso Alto se menciona como una plataforma para discutir y visibilizar palabras clave dentro del contexto de las artes visuales y la cultura. Este glosario, que inicialmente apareció en un periódico local, se ha ampliado para incluir términos relacionados con la alfarería, el paisaje, el barro y la escultura, siempre con un enfoque en el diálogo con artistas locales y contemporáneos, quienes a partir de ejercicios de conversación desarrollan la definición de los términos que se ponen en común.
La narrativa también toca temas históricos y culturales, como la Fiesta de los Diablitos, una celebración que surgió en tiempos coloniales y que, con el tiempo, se transformó en un evento de reafirmación cultural para las comunidades afrodescendientes. Este tipo de festividades, vinculadas a la escultura y las tradiciones ancestrales, forma parte de un proceso de redefinición y empoderamiento cultural que atraviesa tanto el arte como la gastronomía y la historia local.
La mediación cultural como un espacio flexible y expansivo
No solo se limita a las formas tradicionales de difusión del arte y la cultura, sino que se extiende a otros campos como la ilustración, el diseño de productos y la creación de comunidades alrededor de la reflexión crítica. Se pone de manifiesto cómo los espacios de mediación pueden tomar muchas formas y abarcar diferentes disciplinas, desde los fanzines hasta proyectos más complejos de diseño gráfico, cómic y narrativas visuales.
Jhonatan resalta la importancia de crear objetos mediadores que faciliten el acceso a contenidos de manera no invasiva, como lo demuestran los fanzines creados en su colectivo, que tratan temas como la pérdida de la biodiversidad, los alimentos autóctonos y la sostenibilidad. Estos productos no solo son informativos, sino que invitan al público a un diálogo más suave y cercano, permitiendo reflexiones sobre el territorio y las cuestiones sociales que afectan a la comunidad.
Además, el proyecto de “ZigZag” y otros esfuerzos del colectivo son ejemplos de cómo se utilizan medios como el cómic, los personajes gráficos y las narrativas visuales para tratar temas profundos como la gentrificación, la biodiversidad y las emociones asociadas con los cambios en el entorno. La mediación, aquí, se convierte en una herramienta para abrir conversaciones sobre cuestiones globales a través de relatos locales, mostrando cómo el arte y el diseño pueden interpelar a la sociedad y generar conciencia sobre temas urgentes.
También se abordan temas como la inclusión y la visibilidad de las identidades diversas a través del trabajo con artistas, de este modo, la invitación al diálogo que se plantea no solo está dirigida a la reflexión intelectual, sino también a la interacción emocional y personal, ofreciendo una mediación que es inclusiva, accesible y transformadora.
La sesión con Jhonatan concluye haciendo un cuestionamiento sobre el papel de la mediación cultural en los tiempos actuales, especialmente en la relación entre el espacio público, la memoria, y las prácticas culturales. En el diálogo se aborda el tema de cómo los eventos y talleres, aunque útiles, a veces se quedan cortos si no logran trascender y dejar una huella en la memoria colectiva del territorio.
Algunos puntos clave:
De lo efímero a lo significativo: la pregunta central sobre cómo dejar de hacer tantos eventos para realmente hablar de mediación, apunta a un cambio de paradigma. Se trata de crear hilos conductores que conecten a las personas con su memoria y su territorio, transformando esos momentos en algo duradero y relevante.
La memoria compartida: pensar en los recuerdos no como algo solo documental o registrado, sino como una experiencia vivida que se transmite oralmente, se comparte, se reinterpreta. Aquí, lo importante no es únicamente conservar las historias, sino sentirlas y compartirlas en comunidad.
La horizontalidad en la mediación: Jhonatan hace referencia a cómo los objetos mediadores, como un álbum de fotos, pueden hacer que la mediación cultural sea una experiencia horizontal, donde las personas se conectan a través de sus vivencias comunes. El mediador, en lugar de imponer un discurso desde arriba, puede convertirse en un facilitador de experiencias que nacen de lo cotidiano: los sabores, las historias de abuelas, los charcos, las arepas. En este sentido, la mediación no solo debe educar, sino también emocionar y humanizar el proceso.
La capacidad de crear tensiones: Finalmente, Jhonatan plantea que la mediación no debe ser una práctica neutral o apacible, sino que también debe ser capaz de generar tensiones y provocar reflexiones radicales. Esto se refiere a que el mediador no solo une, sino que también abre espacios para cuestionar, para crear preguntas difíciles sobre el presente y el pasado, sobre la soberanía cultural, y sobre los derechos de las comunidades para definirse y representarse a sí mismas.
Este diálogo plantea un desafío profundo para los mediadores culturales: crear espacios en los que los relatos del pasado se transformen en preguntas para el futuro, y hacerlo desde una perspectiva inclusiva y colaborativa. La mediación cultural se convierte así en una herramienta para fortalecer la memoria colectiva y para reivindicar la autonomía cultural, sin caer en la colonización epistemológica ni en el extractivismo cultural.
Mediación y antropología
La segunda sesión del módulo 5 fue facilitada por Mónica Bran, su intervención inició con una presentación sencilla y una pregunta inicial sobre el desayuno. Esta pregunta reveló patrones en la manera de relacionarse con los alimentos y los rituales matutinos de los participantes, Mónica Bran, resaltó que muchos no desayunaron, lo cual también es un dato revelador sobre las prácticas actuales y su relación con el contexto cultural.
Mónica luego profundizó en esta idea, compartiendo cómo en su familia campesina el desayuno era una parte esencial de la mañana, señalando que en tiempos modernos se ha ido perdiendo esta prioridad. A partir de esta observación, introdujo conceptos antropológicos sobre los cambios culturales y cómo estos están ligados a la forma en que vivimos y nos relacionamos con el alimento y la rutina diaria.
A continuación, Mónica compartió su perspectiva como antropóloga y explicó el enfoque de su profesión en el estudio de las relaciones culturales, sociales y con el entorno. Explicó que la antropología y la arqueología exploran no solo las culturas humanas, sino también la conexión entre los humanos y el espacio geográfico que habitan. Este conocimiento ayudó a introducir la noción de “territorio” como algo que no solo es geográfico, sino también social y cultural, donde se desarrollan las interacciones humanas cotidianas, incluyendo aquellas que los participantes realizan en sus vidas diarias en Pereira y su relación con el Cauca Medio.
Por último, dentro de su introducción Mónica presentó tres enfoques de mediación cultural en el Museo Juan del Corral: la investigación, los diálogos y el glosario, y enfatizó que el público local es fundamental en estos procesos.
La intervención de Mónica ofrece una reflexión sobre su proyecto “investigación acción comestible”, donde se exploran saberes y prácticas culturales a través de la cocina y la alimentación. Mónica explica que esta iniciativa es un esfuerzo personal y profesional que combina la antropología y otras disciplinas para generar un aprendizaje colectivo, integrando conocimientos que permiten entender al ser humano en su complejidad. Su enfoque interdisciplinario incluye la arqueología, la antropología cultural, la antropología física y más, para construir una visión holística de la sociedad y de cómo ésta ha evolucionado y sigue cambiando.
En su explicación, Mónica resalta la importancia de la juntanza y la co-creación, donde el aprendizaje no se da de manera unidireccional (de la investigadora a los participantes), sino que es un proceso compartido. Define su proyecto como una “mediación para co-aprender”, en la que, a través de la preparación y el consumo de alimentos, se generan conversaciones sobre temas como la soberanía alimentaria, la diversidad cultural, y el valor de los patrimonios alimentarios. Este enfoque enfatiza la horizontalidad en el intercambio de saberes y se enmarca en la acción de preservar y valorar los conocimientos ancestrales relacionados con la alimentación y el territorio.
Además, Mónica plantea cómo estas interacciones gastronómicas no solo son un vehículo para transmitir conocimientos culinarios, sino también para dialogar sobre cuestiones contemporáneas como la alimentación consciente, la cocina vegana y vegetariana, y las necesidades dietéticas individuales. Esta investigación comestible es, entonces, una exploración de la diversidad en un sentido amplio: desde la diversidad biológica y cultural hasta la diversidad de pensamientos y estilos de vida, mostrando cómo la alimentación puede ser un reflejo de identidades y prácticas comunitarias.
Sancocho en el Río
La actividad del Sancocho en el Río se desarrolló como parte de un programa del colectivo La Rosette denominado “Cocina Diversa”, con el objetivo de explorar y resignificar la cultura gastronómica local desde una perspectiva inclusiva. El sancocho es una práctica tradicional que en muchos pueblos y ciudades de Colombia simboliza unión, celebración y comunión con la naturaleza. En este caso, el colectivo buscaba ampliar su exploración gastronómica y cultural participando activamente en un evento de gran tradición en Santa Fe de Antioquia: las fiestas del río Tonusco, donde los habitantes suelen hacer paseos de olla y celebrar en comunidad.
El colectivo La Rosette, conformado en su mayoría por artistas y académicos, enfrentó el reto de sumergirse en una fiesta popular que rompía con sus prácticas cotidianas. La propuesta de participar en esta festividad implicaba cuestionar desde su perspectiva de cultura diversa, confrontar sus propios prejuicios y ver más allá de sus entornos de confort artístico y académico para abrirse a una experiencia popular y participativa.
Esta iniciativa impulsó una reflexión sobre la importancia de lo popular como parte esencial del patrimonio cultural y cómo en muchas ocasiones, quienes participan en espacios culturales o académicos se distancian de lo popular, viéndolo como “los otros”. Sin embargo, esta actividad les permitió reconocer que “lo popular” es también una parte integral de su identidad y que estos espacios y tradiciones reflejan la historia viva de la comunidad.
Para la organización del evento, el colectivo tuvo que asumir roles y coordinar tareas logísticas, como obtener leña, organizar un espacio seguro para cocinar y preparar los alimentos, estableciendo una colaboración activa con los vecinos del lugar. Este trabajo en equipo facilitó una interacción directa con las personas locales, promoviendo un ambiente de colaboración, en el que los vecinos compartieron insumos como agua y sal, fortaleciendo un sentido de comunidad. Estas interacciones generaron un espacio de aprendizaje donde el colectivo y los vecinos compartieron sus experiencias y conocimientos, creando un ambiente inclusivo.
Uno de los puntos más innovadores y controvertidos de esta actividad fue la decisión de preparar un sancocho vegetariano, en un intento de adaptar la tradición a las diversas necesidades y convicciones del grupo. Esta decisión se sustentó en el interés por integrar a los miembros del colectivo con preferencias alimenticias vegetarianas, generando una adaptación de prácticas para incluir otras formas de vivir y consumir.
El sancocho vegetariano, hecho a base de lentejas y leche de coco, abrió un espacio de conversación entre los miembros del colectivo, y las cocineras tradicionales. Este diálogo intergeneracional fue enriquecedor, pues se exploraron las posibilidades de la tradición y la adaptabilidad de las costumbres sin perder su esencia.
El cierre de la sesión con Mónica encapsula un recorrido por la historia, la cultura y el territorio, vinculando la gastronomía local con el pasado arqueológico y el activismo comunitario. La conversación se teje en torno a cómo ciertos ingredientes —como la naranja agria en el guandolo o la ahuyama, que ha sido cultivada y consumida por miles de años— reflejan una identidad gastronómica y cultural enraizada en el territorio.
La conexión con el Museo Juan del Corral, donde se encuentran piezas arqueológicas como las vasijas marrón inciso, enfatiza la importancia de estas representaciones ancestrales. Mónica recalca que estos objetos no solo cuentan historias de domesticación y prácticas culinarias de hace milenios, sino que también actúan como recordatorios tangibles de la relación entre las comunidades antiguas y su entorno natural. La ahuyama en el museo, por ejemplo, permite explorar cómo las representaciones en cerámica conectan el pasado con prácticas contemporáneas, invitando a reflexionar sobre el origen y la continuidad de las tradiciones locales.
La sesión también aborda el arte rupestre como una expresión temprana de contemplación y creación. Al explorar el arte en petroglifos, pictografías y geoglifos, Mónica resalta cómo estas manifestaciones reflejan la percepción y la interacción de las personas con su entorno. Además, señala la importancia de actividades como el reconocimiento territorial de Caicedo, un municipio conocido por su resistencia pacífica y sus marchas por la no violencia en apoyo a los caficultores afectados por conflictos. La historia de Caicedo como “el pueblo que camina” ilustra cómo el caminar y el reconocimiento del territorio forman parte de una identidad colectiva que busca sanar y mantener viva la conexión con el lugar y el pasado.
Finalmente, Mónica invita a reflexionar sobre la desconexión contemporánea con el territorio y cómo, al recuperar esta relación con las raíces culturales y geográficas, se puede transitar hacia un camino de paz y reconciliación.