En la hermética e idílica isla Temiscira, las guerreras amazonas conviven pacíficamente y entrenan con empeño, pues deben proteger ese último paraíso de la corrupción del exterior y de un posible regreso del dios de la guerra, Ares.
Allí, a pesar de la negativa de su madre y reina del lugar, Hippolita, la noble princesa Diana acepta el entrenamiento más riguroso por el ferviente deseo de convertirse en una sublime luchadora y moldear su propósito. Sin embargo un día todo cambia, cuando el piloto Steve Trevor aterriza por accidente en la isla, siendo perseguido por el ejército alemán de la primera guerra mundial. Luego de una desgarradora batalla y ante la posibilidad, según Diana, de que Ares esté detrás del gigantesco conflicto, decide irse junto a Steve y terminar de una vez por todas con la guerra; añorando, e inmersa en su idealismo, salvar a la humanidad del secular vórtice de penumbra y odio. Aunque en el camino descubre que no todo es blanco y negro.
En el momento de sentarme en la butaca, y después del entusiasmo usual del primer visionado, espero un cuidado relato de cohesión fluida y consecuente con sus temas o trasfondos, a la vez que presente personajes de cercanas dimensiones durante un progreso interno realmente significativo, e identificarnos en su travesía.
Esto adquiere mayor importancia en una historia de ejecución convencional, o narrativa formal. Exponiendo los tópicos y etapas del camino del héroe, que si bien Hollywood abusa de ellos en un automatismo pasmoso, al menos requieren que se empleen de la manera más sincera, coherente y honesta. Pues si nos ofrecen una aventura accesible de sabor recurrente, merecemos una exploración verosímil –de acuerdo a su género e ideas– con inteligencia; que los realizadores respeten el material y no se noten las fisuras, e incluso las tretas de abyecto lucro fácil.
Descritos tales requerimientos básicos, al aplicarse con detalle, se potencian naturalmente los mensajes, actos, dilemas y pensamientos de los seres en pantalla frente a las circunstancias, acordes al tono dispuesto. Cada personaje, de mayor o menor exposición, debe ser relevante y aportar al conjunto, con su ética e integridad sustentadas y sin rendir demasiadas pleitesías, o ninguna, a rutas moralinas o alguna agenda ideológica proclive a la propaganda.
Ahora indagando en mi memoria fílmica y en nuestra realidad, encontramos una falta de real equidad en los roles femeninos. Son muy contadas aquellas mujeres del celuloide con vastos matices, y que en condiciones creíbles, entran en una solida introspección y reconocimiento durante su recorrido vital, reafirmando la identidad; en lugar de mostrarla como mero catalizador arquetípico, o herramienta argumental para un protagonista masculino. Se la simplifica y en varias ocasiones caricaturiza, pero actualmente esa alienación es camuflada, asimilada y normalizada. La discriminación es igual, solo que la indiferencia hace de la opresión complaciente.
Ante tal panorama no solo es necesaria, sino fundamental una película como Wonder Woman. Es el ejemplo de absoluto equilibrio, donde cada componente encaja. Capaz de confrontar, a pesar de su ligera forma, cualquier noción de lo que comprendemos de la humanidad. Posee enfoque en diáfana sencillez; aquí menos es más.
Aparte de su auténtica, pertinente y esencial orientación hacia el verdadero feminismo, transmite alegatos antibelicos con absoluta destreza. Aquí la recreación histórica y la mitología son engranes bien aceitados en pos de plasmar al ser humano en contundentes claroscuros. Además, gracias a piezas así, podemos tomarnos con seriedad y complejidad el entorno superheroico. Es un escaño significativo para la renovación de los esquemas, a la vez que un público más amplio pueda acercarse a una correcta cinta que se muestra tal cual es, sin excesivas alteraciones a sus normas internas.
Todo ello es resultado de una total entrega de su equipo al proyecto, liderado por Patty Jenkins, quien da cátedra sobre cómo hacer un blockbuster digno. Es innegable que desde la magnífica Monster, ella da preponderancia al componente humano con desenvuelta sensibilidad; fascinante al degustar ciertas sutilezas en las carismáticas interacciones entre Diana y Steve, o con los demás miembros de su brigada, e inclusive entre las amazonas. Nos importan sus motivaciones, anhelos y conflictos internos. Entonces al llegar el trámite de las esperadas secuencias de acción –con obvias alusiones al ralentí de Zack Snyder-, queremos que salgan bien librados y culminen de forma congruente su desarrollo, por el buen pulso de su solvente directora. Una apoteosis ganada, no solo la visceral por el dinamismo de la imagen, sino también una que enciende los sensores del público y luego este medite sobre lo visto. Lo que el entretenimiento veraniego debería hacer.
Si vamos a la competencia, Guardianes de la Galaxia por ejemplo, consigue un balance con destellos de autoría, es la mirada de James Gunn, y en el presente caso, es patente el toque Jenkins. Claro, tiene inconvenientes, ya sean algunos altibajos de ritmo o una tenue caracterización en los antagonistas, pero son leves escollos; distractores efímeros que nunca perjudican la inmersión.
En medio de la improvisación y las cuestionables decisiones del Universo Extendido de DC Comics –la ridiculez de Batman v Superman es difícil de olvidar-, Wonder Woman alberga una esperanza arraigada en bases creíbles, a consciencia; una exaltación de las reales virtudes del espíritu humano dentro de las intrínsecas ambigüedades del mundo, resultado de entenderlas y así disponer el alma al potencial cambio. Un proceso afín, en el que nos sumergimos confiados por la increíble batalla entre una firme, compleja y sorprendente Diana contra un arrogante Ares, inmerso en sí mismo y que solo ve lo escabroso de nuestra especie. Una alegoría muy próxima de las confrontaciones propias de las barreras psíquicas, los prejuicios y demás autoengaños del miedo. Ella nos inspira, porque igual que nosotros, quiere ser mejor, conocerse aún más y estrechar lazos; abraza las diferencias, lo que nos hace únicos y vislumbra objetivos en común. Su compasión nos conmueve, simple conexión emocional. En otras palabras, mirarnos al espejo y dejar de evadir.
Quiero pensar que podemos ser mejores, todos. ¿Y tú, qué crees?
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