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El nobel de Bob Dylan; Reconocimiento a la poesía musical de una época

Por: Omar García Ramírez

La discusión sobre un premio Nobel de literatura que ahora se sirve en bandeja de plata por la Academia Sueca, dará para rato. A lo mejor, eso era lo que buscaban: que un premio mediático diera origen a un debate mundial entre los sectores que se ocupan de la cultura; y en particular, los gremios de escritores, periodistas y académicos.

Algunos dicen que el premio a un músico puede ser una jugada estratégica de la industria del sector que va de capa caída y un golpe bajo para la literatura, que, en los tiempos que corren, está siendo desplazada de la escena mundial por la obscenidad pornográfica de la banalidad; es posible que tengan razón.

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La música popular, el folk, el pop y el rock tuvieron en sus momentos de gloria la genialidad artística para decirle al mundo cuatro verdades. 1. Inspiraron generaciones  2. motivaron cambios sociales y espirituales 3. se opusieron a los conflictos bélicos que en los años sesenta marcaban el inicio de la carrera armamentística 4. la línea caliente de la guerra fría; ahora, los músicos en una gran mayoría solo esperan estar sonando en la radio para tener su primer millón como dice una parranda techno pop muy colombiana. Pero… Es algo más complejo, un asunto lleno de matices, una piedra brillante llena de aristas y facetas.

Que se tardaran en dar el Nobel, no tiene importancia; a la mayoría de los artistas consagrados con esta distinción, se les ha otorgado cuando estaban a un paso de la tumba. Que viniera de una línea periférica de la literatura, tampoco. Una buena parte de los distinguidos con el Nobel de la paz, vienen desde las estructuras oficiales de la guerra. Y nadie ha dicho nada por ello. (Remember kissiguer, Obama y Santos)

El Nobel de química en su momento se lo hubiesen podido dar a Albert Hoffman por haber sintetizado el Ácido lisérgico y a Alexander Shulguin por su aporte en las investigaciones sobre la psicodelia y la expansión de la conciencia…pero no se los dieron. En el campo de la literatura, tampoco se le concedió a Borges, ni a Navokov, ni a Miller, ni a Cortázar, como a tantos otros; sin contar los que lo han rechazado como Camus, por diversos motivos que no vienen a lugar. El premio Nobel, a pesar de su desprestigio creciente (razones que ya todos conocemos), no deja de ser la condecoración oficial más importante del mundo. Es allí en donde se le dice a ciertos genios y talentos, ustedes hacen parte de la historia oficial del conocimiento, la ciencia y el arte de este planeta. Es su acervo, el arca de la alianza en donde los elegidos se suponen que pasan a un nuevo nivel. Bueno, hasta el momento no he sabido de un Nobel que se suicidara, alguno que terminara alcohólico, convertido en heroinómano o malviviendo en un hotel, con su obra en cajas de cartón como Nikola Tesla; o de uno que vendiera su medalla en una compraventa como ciertos deportistas del trópico caribeño.

Este nobel de literatura en particular, es, a mi entender, un reconocimiento tardío a los miembros de dos generaciones: los beatnik y los hipsters. Algunos escritores británicos han desplegado su vena irónica; el autor de la novela Trainspotting, Irvine Welsh, escribió: “Soy un fan de Dylan pero este es un premio de nostalgia mal otorgado por las próstatas rancias de hippies seniles y delirantes”. Otros usaron el momento para subir el P.H. de la acidez a sus comentarios; el escritor satírico Gary Shteyngart, dijo: “Entiendo completamente al comité del Nobel. Leer libros es difícil”. El humor de la tribu de Leví aprieta y apalea, de eso no hay ninguna duda. El humor es lo que permitió a ciertos colectivos humanos el sobrevivir, y el entender sin prejuicios de ninguna índole los modelos culturales de otras naciones.  Tienen razón, los señores arriba citados ya que en esencia, los premios Nobel son eso; opiniones de un grupo de personas (los jurados) quienes de una u otra forma se tratan de justificar a sí mismas; justificar su historia o su vida, los sueños de su juventud, sus afinidades electivas. A fin de cuentas un premio no es más que el resultado de alguna opinión subjetiva sobre una obra en particular.

El señor Robert Allen Zimmerman, después Bob Dylan en honor al poeta gales Dylan Thomas, es el único sobreviviente (no hace parte del selecto club de los cadáveres bien parecidos a los 27) en la arena cultural de nuestros tiempos, de una generación que trató de inyectar por vía intravenosa algo de poesía y rebeldía en el cuerpo de una sociedad que para su época estaba dividida, confrontada y en guerra. Aunque Bob Dylan no viniese de esa misma camada, era hijo putativo de la misma, fue el engranaje que articuló en escena el ocaso de la Beat Generation, con la horda hippie de los hijos de las flores. Sus influencias literarias eran comunes y su retroalimentación no es una a leyenda, sino la realidad de toda la cultura poética norteamericana de los años sesenta, con influencias y ecos tardíos en todos los movimientos literarios de América latina y el mundo occidental.

Bob Dylan es un bardo, un folksinger, que en su momento, intentó llegar con la poesía a un público más amplio; la middle class que nunca había conocido a un Rimbaud, ni aun Baudelaire, ni aun William Blake. Un público juvenil que estaba despertando al mundo, y que aún bajo presiones políticas, propaganda y hasta en casos muy documentados, siendo objeto de experimentos a gran escala de tipo militar; resistía y no entraba en el molde de la gran familia americana. Esto no lo hizo solo; se debe entender su influencia global bajo la égida de su padre adoptivo y asesor espiritual, más tarde fan, y enamorado queer en modo platónico; Allen Ginsberg.

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En su magnífico libro “Bob Dylan en America” el historiador Sean Wilenntz dice: “…la participación de Dylan con los escritos de Kerouac, Ginsberg, Burroughs, y el resto de la generación beat es casi tan esencial para la biografía de Dylan como su inmersión en el rock and roll, el rhythm and blues, y luego Woody Guthrie. “Salí del desierto, y naturalmente encontré con la escena Beat, el bohemio y multitudinario Be Bop, se conecta todo más o menos”, dijo Dylan en 1985. “Fue Jack Kerouac, Ginsberg, Corso, Ferlinghetti… y me puse en la cola al final de esa magia y tenía un impacto tan grande en mí como Elvis Presley“. Más adelante Sean Wilenz dice de Bob Dylan:  “…cuando llegó a Nueva York, con la cabeza llena de Woody Guthrie, descubriría que a pesar de los dos mundos se cruzaron, alineaciones culturales de Manhattan eran más enrevesado”. Para referirse a ese choque cultural que estaba gestándose en la escena neoyorkina de principios de los sesenta, los folkies herederos de la tradición popular y los beatniks que estaban más cercanos al jazz, al blues, al Rhytm&Blues. El radicalismo de raíces populares, los Wobblies del sindicalismo comunista, chocaba con el anarquismo multicultural y cosmopolita de los beatniks. Sin embargo estas dos grandes corrientes culturales, se fueron hermanando entre roces, bohemia, orgías, experimentaciones con las drogas y viajes en la carretera. Se reconocieron como tribus hermanas que tendían puentes y mantenían viva la llama de la poesía; eran continuación de tradiciones, punto de confluencia de la cultura europea, el gnosticismo, el budismo y el hermetismo por parte de la comunidad Beatnick y las raíces de la América profunda, “la urdimbre de madera vieja de América” de la que hablara Jack kerouac. Los gyspsys y cowboys, los ferrocarrileros nómades de modales rudos, se encontraron con la sofisticación y la experimentación a ultranza de colectivos de intelectuales que parecían vivir en un continuo freak show.

Sus influencias cruzadas, su deslumbramiento y mutua admiración, su desprejuiciamiento, su liberalismo a ultranza solo conocido en ciertos periodos de aquellos tiempos. Una época decandente en donde los citadinos beatnicks acogieron a los bárbaros y los convirtieron en sus ídolos, ya que de alguna manera esos bárbaros del medio oeste, esos vaqueros sin tierras ni ganado, esos fronterizos sin horizontes, representaban algo más auténtico y hablaban un idioma americano que les permitía decir cosas profundas con la música. Esto permitió que el caldo de cultivo de la nueva poesía norteamericana fuera colonizado por una cepa fuerte, algo viral que traía la sangre de los Apalaches, de las llanuras de Minnesota y las armónicas salpicadas de sal marina de la bahía de San Francisco.  Luc Sante un cronista inspirado de la Nueva York que vio el nacimiento de todos estos brotes culturales y contraculturales dice en “Matarás a tus ídolos”:

[su_quote] La bohemia comenzó en Europa y se extendió al resto del mundo, pero lo hip (Leland emplea la palabra como nombre y adjetivo) es autóctono de Estados Unidos. La palabra deriva del término wolof hepi (“ver”) y hipi (“abrir los ojos”). El siglo XIX queda representado, por un lado, por los extraordinarios cimientos de Thoreau, Melville, Withman y, sobre todo, Emerson (un temible lector de los posos de té que, al parecer, predijo todas las tendencias culturales estadounidenses del futuro) y, por otro lado, por el crecimiento de bardos que sentaron las bases de esa piedra angular con extraña forma llamada IRONÍA. El siglo XX es frenético. Se pueden unir los puntos entre el jazz de Nueva Orleáns, la bohemia del Greenwich Village, el Renacimiento de Harlem y los exiliados del parís de los años 20 y escuchar después el riff repetido en un nuevo tono tras la Segunda Guerra Mundial, gracias al bebop y la generación beat. Pero al margen de la historia hay criminales, dibujos animados, (¿hubo alguna vez un hipster más perfecto que Bugs Bunny, al menos antes de que se convirtiera en cómplice?), cine negro, engaños, drogas”…… “Más adelante en la narrativa cronológica encontraremos hippies (brevemente), punk, hip hop y hackers, entre otros. ¿He mencionado ya las drogas? Hay tantas líneas argumentales entrelazadas que se necesitaría hacer un organigrama sobre el tema. [/su_quote] 

    Todo lo anterior, que vincula a la generación literaria, con la poesía cantada de Bob Dylan se puede apreciar en las imágenes de uno de los primeros vídeos musicales de la historia: “Subterranean Homesick Blues” El famoso cameo de Ginsberg al fondo, mientras Dylan utiliza un original y modesto recurso de cartulinas rotuladas con su caligrafía. A lo anterior se sumarían otras colaboraciones, la musicalización de algunos poemas de William Blake, la experimentación con improvisaciones y grabaciones en viaje de carretera compartido, utilizando algunas técnicas del viejo y por aquel entonces incombustible Burrougs. Algunas obras que podemos considerar el fruto maduro de aquella relación y en donde las influencias están más acentuadas serían: “Desolation Row” de Dylan (1965) y “Wichita Vortex Sutra” (1966) de Ginsberg. Aunque distantes en su alumbramiento por unos pocos meses, hacen parte de lo que considero el cordón lírico y musical que termina por enganchar la dos nuevas tradiciones americanas, la de su poesía y las de su música folk.

Por lo tanto, la afirmación que a Bob Dylan no se le puede considerar un literato, a pesar de haber sido reconocido con otros premios para escritores como el príncipe de Asturias (que por cierto lo han recibido otros cantautores como Leonard Cohen), no puede ser considerada del todo. La poesía norteamericana de los 50, 60, y 70 del siglo pasado, gravitó en torno a una corriente vital muy particular en donde la música era un componente esencial; de la misma manera que la pintura y poesía europea y francesa de entreguerras estaba imbricada de manera genital y fraternal con la pintura.

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En muchos sectores académicos se mira con sospecha el estudio de la poesía musicalizada, o de la lírica contenida en la música popular. Dice Guadalupe Campos en artículo de la revista on line “Lutor”:

[su_quote] Si hemos de tomar el problema de la lírica entendida en general, sin atender a la especificidad de lo medieval, hace falta, primero, mencionar que hay un problema con la formación del canon: la lírica actual sólo en casos muy excepcionales llega a convertirse en objeto de estudio “serio” para los estudios literarios. Es más común encontrar tesis doctorales sobre oscuros poetas menores que sobre la lírica de las canciones de The Who, o sobre Enrique Molina antes que Spinetta. La excepción son aquellos conjuntos líricos que conforman, para algún sector de la academia internacional, una curiosidad cultural: sea porque su tiempo de gloria pasó dejándonos un pasado mítico sólo accesible para iniciados que ha tenido, por algún motivo normalmente externo a la lírica en sí, buena fortuna académica (como ocurre con el blues o el tango), o porque nos llegó en forma de lírica folklórica anónima, lo que en términos de estudios universitarios la cubre de un velo de interés antropológico antes que estético. El interés por la lírica, entonces, está supeditado a otros factores, y normalmente todos estos estudios tienen bastante poco para decirse entre sí.” [/su_quote] 

Bob Dylan creó además un momento de ruptura en esas corrientes de la canción social, cuando se electrizó, cuando decidió utilizar en sus presentaciones guitarras eléctricas y otros instrumentos que eran comunes en la escena del rock, pero que no era de buen recibo en la escena del folk; ganándose de paso la ira de sus seguidores y las simpatías de otros sectores de la música. Con ello, demostró su independencia y su preocupación por expresar una poesía más personal, urbana y compleja.

El punto de quiebre de aquella “transgresión” se dio durante un concierto en el año 1966 durante su gira por tierras británicas. Ante aquel grito de: “¡Judas!”, Dylan se dirigió al público y dijo: I don´t believe you. You´re a liar. (No te creo. Eres un mentiroso), giró, se volvió a la banda y les dijo: Play it fucking loud (Tocad jodidamente alto). Alza una mano para dedicarla al público y al instante empiezan a sonar los estallidos de la batería en lo que es el principio de una versión eléctrica de Like a Rolling Stone. Una canción que es en esencia toda la filosofía, la gloria y la desdicha de lo que significó en su mejor momento el rock.

   De esta manera se comenzó a forjar la leyenda de alguien que no sería fácil de domesticar por el sistema, pero que tampoco se dejaría manosear por los líderes del mercado intelectual. Era de cierto modo un hombre que caminaba buscando su destino.

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