Juliana López Marulanda pertenece al taller de arquitectura Ruta4, un colectivo de jóvenes risaraldenses que le apuesta a la arquitectura como acto colectivo, reparador, revolucionario y cultural. López es, además, ganadora del premio Mujer Comfamiliar 2016.
En todas las entrevistas que le han realizado a la arquitecta Juliana López Marulanda desde que ganó el premio Mujer Comfamiliar 2016 han comentado la anécdota en donde una amiga del colegio la llamó ‘negra albina’. Sin embargo, más allá de su famoso negro-albinismo, a Juliana le gusta trabajar con “materiales recíprocos con las personas y con el medio ambiente”, afirmando: “la gran mayoría de nuestros proyectos se han hecho con guadua, pero si lo que funciona, en otro sitio, es la madera, será perfecta. Si es el ladrillo, será perfecto. Más allá del material lo que cuenta es la forma y la interpretación que se le dé”. Para la vida prefiere el color: “me gustan mucho las pinturas en todas sus gamas y colores, buscar formas con ellas”.
La arquitecta Juliana López, ganadora del premio Mujer Comfamiliar 2016, en su taller de arquitectura. / Daniela Mejía.
También le gusta el orden, no le gusta ser interrumpida mientras habla porque es de ideas fugaces y rápidas, y hace especial énfasis en algunas palabras cuando habla para denotar importancia. Es una mujer de 24 años de emociones gigantes a la que le encanta bailar, pintar y ama los domingos mientras medio mundo los detesta porque, sobre todas las cosas, es una mujer familiar. Se graduó en el 2008 del colegio La Enseñanza, institución femenina localizada en Pereira donde aprendió a ser estricta, “demasiado cuando se trata de mí”, y a preocuparse por “esas otras áreas creativas de mi vida”. Desde pequeña fue así: “podía estar en clases de baile, pintura, canto. Suba, baje, corra. Siempre me gustó eso”. Siempre le ha gustado “estar metida en mil cosas al mismo tiempo”.
Su alma máter es la Universidad Católica de Pereira. Allí aprendió a ser arquitecta, una pasión de la que le es imposible recordar su nacimiento. Silba hacia un lado y hacia abajo, trata de irse bien atrás en el tiempo para recordar ese cuándo, y no lo logra encontrar, luego ríe. “No sé, desde chiquita me gustó crear espacios y mundos, dibujar, jugar con arena, con palos. Ya en el colegio, con las manualidades, desperté esas ganas y en su momento tomé la decisión”. Sin embargo, en su cajón de recuerdos está su primo, quien también estudió arquitectura y del que “le veía hacer cosas”. Luego, exclama lo mismo que se le cruzaba en la cabeza cuando lo veía con sus proyectos: “¡Ahh, tan chévere, quiero esto!”. Y una parte de eso que quiso se ha cumplido, lo confirma cuando comenta que “este reconocimiento (Mujer Comfamiliar 2016), es el primer pedacito de lo que puede llegar a ser nuestro sueño. No es sólo para mí, es para todos”.
Cuando dice ‘todos’ se refiere a su equipo de trabajo y vida: Jorge Augusto Noreña, Daniel Buitrago y Julián Vásquez, arquitectos de profesión que no sobrepasan los 25 años y que hace dos fundaron Ruta4, un taller de arquitectura “donde nos enfocamos, principalmente, en la arquitectura como trabajo social y participativo. No es sólo hacer construcciones o edificios, sino buscar un trasfondo educativo y comunitario”.
En el taller el 40% de los encargos realizados son privados y el 60% es trabajo comunitario. Ese 60% tiene nombre propio: Estación de Servicios Turístico Punta Arenas, una intervención arquitectónica y urbana realizada en la península de Araya, en Venezuela, que dio como resultado, según Arch Daily —el sitio web de arquitectura más leído en Colombia— “una edificación que se articula por medio de la plaza lúdica de arena, que divide el programa en dos zonas; el área de servicios: comprendida por los módulos socio-productivos, de atención turística y sanitaria y el área cultural: constituida por el módulo de información, biblioteca y plaza estudiantil”; parque Colorín Colorado, un espacio lúdico construido en Belén de Umbría, municipio risaraldense anclado en medio de las montañas cafeteras; Mundos Hermanos, intervención solicitada por el festival Luna de Locos para acercar la poesía a lugares no convencionales; la maloca Morrocucu, que está en su etapa inicial y parece cambiar su nombre a proyecto AMA, el cual estará ubicado en el Valle de Sibundoy, Putumayo; y, por último, La Casa del Marinero, un proyecto que también recién se inicia en el barrio Tokio, en la comuna de Villa Santana de Pereira ,y el cual busca consolidar y darle un lugar físico a los procesos culturales que allí se adelantan.
Trabajo colectivo ejecutado por la misma comunidad de Punta Arenas. / Veo Productores.
En total son cinco proyectos que podrían ser, cada uno, un proyecto cualquiera, pero que cobran gran importancia cuando se les mira de cerca. La Estación de Servicios de Punta Arenas se realizó en una comunidad venezolana que vive de la pesca artesanal, la cual no cuenta con recursos suficientes para explotar el turismo y, que una vez finalizado y según los arquitectos interventores, dejó “una comunidad dueña de su poder creador, con capacidades para gestionar proyectos similares y que conoce sus límites y posibilidades”; El parque Colorín Colorado, desarrollado para el divertimento de la comunidad en la vereda El Abejero, duramente golpeada por la violencia, fue una obra que determinó un antes y un después para la comunidad. Antes: muerte, dolor. Después: recreación, cultura y deporte; Mundos Hermanos, por su parte, le apostó a construir escenarios donde la poesía fuera escuchada no sólo en lugares inesperados sino a que los poetas, por un momento, escucharan a comunidades silenciadas por la pobreza y la violencia. La comunidad, entonces, construyó sus sueños con materiales como almohadas, cobijas, guaduas, yuntas y letras de paz. Una de las intervenciones que más reconocimiento les ha traído —en el marco del proyecto Mundos Hermanos y el cual es finalista en la Bienal Social Colsubsidio— es Casa Ensamble Chacarrá, un quiosco construido con materiales locales como el zinc, la esterilla, guadua y barriles de petróleo para los encuentros culturales de una de las comunidades de invasión de la ciudad. Por su parte, La Casa del Marinero —el proyecto del barrio Tokio que recién se inicia— busca, en palabras del arquitecto Buitrago, utilizar la arquitectura como una excusa para potenciar la cultura y ser una herramienta de paz. O lo que es lo mismo: la arquitectura como lugar físico de proyectos de paz en una de las comunas más desiguales del área metropolitana de Pereira.
Cada proyecto comunitario que emprenden da su primer paso gracias a un líder social que tiene un trabajo previo con la comunidad, que se pone en contacto con ellos o que, como ocurre en la mayoría de los casos, ya conoce a los integrantes de Ruta4 y ve en ellos ese otro colectivo dispuesto a colaborar, desde la arquitectura, con los procesos sociales y culturales de la comunidad. Después de esa primera necesidad Ruta4 se acerca a la comunidad con una excusa: un taller de yurtas, de estructuras o de pintura, y con ello se presentan, le dicen a la comunidad que tienen un saber y que, con su ayuda, pueden construir un lugar físico para esos procesos. Así se da el diálogo, que nunca para, ni siquiera después de finalizado el proyecto arquitectónico.
Las cosas se complican y se embellecen cuando Juliana comenta que “una cosa compensa la otra”, es decir, ese 40% de encargos privados compensa el 60% del trabajo comunitario. Sin embargo, ellos sueñan con que algún día ese 60% también sea rentable. Ella también sueña con viajar y encuentra su inspiración en el mirar, en visitar nuevos lugares, al hablar con personas e incluso al buscar soluciones. Le encantan las películas de ‘muñequitos’. “TODAS”, dice, “porque le dejan enseñanzas a niños y grandes”. Detesta el vallenato, “GRACIAS”, dice, “pero al único que me aguanto es a Carlos Vives, porque es CARLOS VIVES”. “En este momento ando muy a mis raíces. Estoy volviendo a lo colombiano, escucho a ChocQuibTown, Fonseca, Manuel Medrano, Monsieur Periné, todas las cosas que vengan de la casita, Colombia”. Si tiene que elegir un lugar en el mundo no lo elige porque “lo que importa es estar con las personas que quiero”, y si tiene que elegir a un arquitecto responde que “el mundo de la arquitectura es un poquito el mundo de los arquitectos, pero hay una arquitecta, Carme Pinós, que es muy buena arquitecta y tiene una historia de vida chévere”. Elige una arquitecta catalana que, en entrevista para el periódico El País (España) en julio de 2015, aseguró no separar profesión de vida, aseguró que lo que le interesa de la arquitectura es la relación que tiene con la sociedad y el proyecto arquitectónico que más le satisface es su ‘casita’ de Mallorca. No es coincidencia.
Equipo Ruta4 (de izquierda a derecha): Julián Vásquez, Daniel Buitrago, Juliana López y Jorge Noreña. / Rodrigo Grajales.
Juliana es de mente colectiva, su ser es colectivo, por ello, esta entrevista es, también y de alguna manera, una entrevista colectiva realizada en su taller de paredes blancas y escritorios hechos por sus propias manos. El arquitecto Vásquez le acompaña, mientras, sus otros dos colegas, Jorge Noreña y Daniel Buitrago, hacen los primeros avances del proyecto AMA, en el alto Putumayo. Desde la lejanía se comunican a control remoto.
¿Conocen de otros talleres de arquitectura que hagan lo que ustedes hacen?
Juliana López: En el Eje Cafetero sí hay personas que están haciendo lo mismo. En Pereira no, no conocemos otras personas que hagan esto. En Latinoamérica están Pico, Al Borde, Proyecto NN. Es que son muchos.
Julián Vásquez: A mí, personalmente, me gusta mucho el chileno Cristián Undurraga.
J.L.: ¡Ahh, claro, también hay arquitectos independientes que trabajan… es que son muchos!
¿De los proyectos arquitectónicos que conocen cuál les ha llamado más la atención?
J.L.: Todos los de Rogelio Salmona por el entendimiento del espacio público y los recorridos dentro de sus edificios. Siempre encuentras cosas bonitas dentro de los espacios hasta que terminas, sin darte cuenta, en el techo. Es increíble.
J.V.: El Franklin D. Roosevelt Four Freedoms Park. Es solemne, increíble, para mí es como estar en el cielo.
¿Y el que menos les gusta?
J.V.: Tengo un gran problema con los conjuntos cerrados, no aportan nada a la ciudad. Son un grupo de casas bajo una falsa idea de que estás seguro. Incluso en Bogotá los muros están electrificados en la parte de arriba. Son islas y en ese orden de ideas la avenida Sur, de Pereira, es un túnel que no aporta nada, nadie puede caminar allí. Eso no es ciudad. Eso me perturba de manera personal.
J.L.: Las viviendas de interés social que ahora construyen. No tienen ciencia. Todo es súper chiquito, son cuadrados con ventanas. No piensan en la gente. No son funcionales.
J.V.: A mí me gustaría preguntarle a una persona que se encuentre involucrada con la vivienda de interés social qué entiende por vivienda digna y sería un tema de otro día, todo un día.
¿Cuál es la fortaleza de cada uno de los integrantes de Ruta4?
J.L.: Jorge Augusto Noreña es el encargado de diseños y tectónicas; Daniel Buitrago es muy fuerte para la parte documental, fotografía, videos y traducción de los proyectos a escritos; Julián Vásquez se encarga de estructuras, presupuestos y diseño, el tema patrimonial y la obra. Y yo soy la encargada de los temas administrativos y logísticos. Jorge Noreña también está metido en redes sociales. Sin embargo, todos podemos cruzar esa línea. Por ejemplo, si hay algo de diseño todos aportamos a ese diseño. Todos construimos entre todos, porque somos un taller. Todo es horizontal.
¿Cómo nació la idea de crear Ruta4?
J.L.: Nos conocíamos de la universidad, nos graduamos juntos, nos armamos semestre por semestre. Siempre fuimos amigos. En el 2014, el cuatro de abril, tomamos la decisión de emprender. Empezamos en el edificio Braulio Londoño, en la oficina 404, era una oficina parecida a esta pero más chiquita. Y aquí, en el edificio Banco Ganadero, llevamos cuatro meses.
¿Por qué ‘Ruta4’?
J.L.: Todo lo que queremos hacer, desde la arquitectura participativa, es un camino para encontrar algo, una meta, que todavía no sabemos qué es. Tomar una ruta que nos llevará a algo. Y somos cuatro.
¿Han llegado a inyectarle plata, de sus propios bolsillos, a estos proyectos comunitarios?
(López y Vásquez se miran entre ellos y se ríen)
J.L.: Sí, por lo general todos los proyectos privados que hacemos sirven para subsidiarnos mientras hacemos los proyectos sociales. Porque tú trabajas en la comunidad, sí, pero hay que desplazarse, llevar materiales, almuerzos.
J.V.: es demasiado complejo, todavía…
J.L.: Todavía vemos lo social y el trabajo comunitario como algo que es gratis. Tienes que hacerlo de corazón, y realmente no es así. Nosotros hacemos MUCHO por detrás, la gente no lo ve.
J.V.: Igual es muy mal visto, creen que uno se va a volver millonario o lucrar a costillas de otro, y no se trata de eso sino de entender que cualquier cosa acarrea un gasto. Porque es real, hemos llegado de trabajar en un proyecto privado y lo que nos queda es para trabajar con las comunidades.
J.L.: El ideal es que el trabajo social y comunitario sea pago, tanto para nosotros como para los demás actores que participan, porque no somos los únicos que trabajan en esto. El ideal es que se pague la mano de obra, se compren los materiales donde debe ser y se paguen las clases, los cursos, los talleres de fútbol, danza y teatro.
¿Cómo es el proceso de ejecución, de dónde sacan la mano de obra?
J.L.: La obra se vuelve una escuela, no se contrata gente de afuera, sino que los usuarios finales de esa construcción son quienes aportan la mano de obra. Con esto se genera apropiación del espacio y también les enseñamos técnicas constructivas, que pueden aplicar para sus propias viviendas e incluso para sus trabajos. Si tú no sabes yo te enseño, y así sucesivamente vamos aprendiendo cosas. El saber queda. No es fácil, pero cuando se involucra a la gente hay buena respuesta. Por eso hacemos talleres previos a la ejecución del trabajo, para que ellos entiendan que no les vamos a regalar nada, no lo haremos todo nosotros. La minga funciona muy bien. La minga, por ser minga, siempre lleva música y comida. Si hay música y comida funciona, si no, no. Las mamás ayudan con el almuerzo, algunas otras con la construcción, lo hombres también, los niños ayudan con los refrescos.
J.V.: Los niños son los que más ayudan.
Se le otorgó el premio Mujer Comfamiliar 2016 por “El impacto de su trabajo al servicio de la comunidad desplazada por la violencia, asentada en Pereira y en otros sectores de Risaralda, mediante una estrategia orientada a desarrollar la arquitectura como acto social de trabajo colectivo propiciando de esta manera una convivencia sana y digna entre poblaciones y territorios vulnerados por conflictos de diferente índole”, ¿Cuál es la parte linda y cuál la parte fea o tortuosa de ello?
J.L.: Lo lindo es el reconocimiento a este trabajo, a esa ruta por la que vamos. ¡Estamos en la ruta qué es! No es un reconocimiento a mí, sino a mi equipo y a las personas que han creído en nuestros procesos, a los que han donado sus horas, su dinero. Eso es bonito. Es bonito que la gente gire su mirada a este tipo de procesos, pueda apoyarlos más y reconozca que hay gente muy valiosa que está haciendo cosas muy interesantes. Lo bonito es ver a las comunidades crecer. El amor que te dan, no importa si haces una casa gigante o si sólo pintas por dos horas. Hay días buenos, malos, hay días que no quieres volver, que estás cansado. Algunas veces terminas el trabajo solo, porque nadie más de la comunidad quiere ayudar. Eso frustra. Los recursos son escasos. Quieres hacer mucho, pero se cierran muchas puertas. Uno se pregunta qué pasa, por qué no se puede lograr esa gestión si es un proyecto de gran impacto. Frustraciones hay muchas, pero alegrías hay más.
¿Qué harán con los 17 millones de pesos del premio?
J.L.: Una parte del dinero será para empezar con los diseños y la gestión de La Casa del Marinero. En este proyecto trabajamos desde hace un año y medio con los chicos de Impacto Juvenil, los líderes sociales de allí y será un espacio para que todos los planes comunitarios como las huertas, el teatro, el rap, las danzas y el Festival de Raíces Pacíficas se lleven a cabo. La otra parte la invertiremos en Ruta4, para consolidarle. Otra parte va un poco al agradecer: a todas esas personas que han creído en nosotros necesitamos hacerles un pequeño acto de gratitud por el apoyo en la felicidad y la tristeza. Porque el camino es duro, pero hay un equipo detrás, al que apodamos ‘La Red’, que son personas independientes que quieren ayudar y construir. Agradecerles a nuestras familias que nos apoyan ciegamente.
¿Qué tan ausente o que tan ayudador se ha mostrado el sector público con sus proyectos?
J.L.: Nunca hemos trabajado con el sector público para obras sociales. No es que no queramos, sino que entendemos que se manejan tiempos diferentes. Los procesos de aceptación de un proyecto son mucho más largos y hay cosas que las comunidades necesitan solucionar ya, por lo que tenemos más afinidad con el sector privado, con propietarios, con empresas, con amigos que nos han donado un montón de material, de tiempo, de capacitaciones.
J.V.: La única vez que hemos trabajo con el sector público fue en Venezuela, para el proyecto Estación de Servicios Turísticos Punta Arenas.
¿Cómo podemos ayudar a la causa?
J.L.: Con voluntariado, cursos, clases de danza, yoga, voleibol, lo que sea. Lo más importante es la buena voluntad. Para el proyecto Colorín Colorado lo hicimos por convocatoria a nivel nacional y la respuesta fue muy buena. También tenemos un equipo de amigos, que no son de Ruta4, que siempre están dispuestos a apoyarnos, y les apoyamos en sus proyectos.
¿Podríamos decir que arquitectura rima con cultura?
J.L.: Total. Y con educación. Y con sabor. Y con gente. Con todo. La cultura lo es todo. Para el encargo privado es importante conocer la persona que lo solicita, qué vive, qué siente, qué manifiesta, cómo es su cultura. Para los encargos comunitarios es importante saber en qué creen, qué sienten, cuál es su todo, por eso se llama arquitectura participativa. Hay que meterse en el rollo. Es algo que se construye entre todos.
(Entrevista publicada originalmente en el blog de Inmobiliaria Rentar S.A.S.)
*Créditos foto de portada: Yeferson Bernal.
Galería fotográfica y audiovisual
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