Blanca está a punto de contraer matrimonio, sin embargo descubre que su pareja le ha sido infiel. Ahora en medio de la desolación, el enojo y la frustración lo busca para encontrar explicaciones, o quizás venganza; enfrentando también ciertos asuntos del pasado que necesita saldar. Todo ello mientras un acompañante le sigue con una videocámara, y durante tal recorrido, se indaga en los enrevesados ideales y contradicciones de las relaciones humanas. Un trayecto estremecedor.
Existen realizadores dispuestos a romper con la dramaturgia convencional en pos de difuminar la barrera entre el realismo fílmico y lo real. Ofreciendo narraciones genuinas que fluyen con el latir de unos seres falibles y ambivalentes, es decir, personas reales. Un acercamiento tan minucioso a lo cotidiano, que la ficción casi no se percibe como tal. Entonces por ello, me parece pertinente destacar al cineasta chileno Matias Bize, quien lo lleva a su máxima expresión en Sábado, una película en tiempo real, su primer largometraje y toda una proeza no solo técnica, sino emocional, al transmitir áreas realmente sensibles del endeble interior humano.
En su transgresora e ingeniosa ejecución, el joven director es capaz de señalar lo absurdo en los paradigmas sentimentales e incluso desvelar algunas de sus falacias, todo dentro de un entorno creíble tan cercano como ambiguo. Dentro de la trama, al igual que Blanca, nos sentimos desencantados cuando al derrumbarse el amor como autoengaño, se revelan heridas profundas e inherentes miedos inefables; siendo finalmente conscientes de la agobiante incertidumbre del devenir vital.
Para escudriñar en tan descarnada eventualidad, Matías escoge grabar el relato en un solo plano secuencia, captando imprevistos matices en medio de unos frenéticos y viscerales giros argumentales. Resultando en una amalgama tan bien encaminada por el diseño de sus acontecimientos e interacciones, que los enlaces son imperceptibles. Aquí los móviles y las decisiones tienen verdadero peso y repercusiones duraderas, además de punzantes connotaciones. Una planeación ejemplar nada forzada y que cumple con lo planteado.
Asimismo la cinta nos guía eficazmente por la catarsis de Blanca hacia un clímax autentico, sincero y significativo. Puesto que en medio de su deriva y al ser honesta consigo misma, ella logra sacudirse del impuesto letargo de la conformidad y por fin afronta sus culpas u otras nostalgias postergadas. Proyectando el germen de una libertad muchas veces anhelada por nosotros, sobretodo ante los vericuetos de la condición humana.
Cual sea el panorama, oscuro o resplandeciente, Matias Bize nos recuerda que la única forma de sobrellevarlo es mirarnos de verdad y confrontarnos; puede doler mucho, aunque es necesario para dejar la carga evasiva y convertirnos en lo que deseamos ser, en lugar de solo merodear por ahí como vestigios de memorias efímeras, a veces plasmadas en un vídeo.
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