Escrito por: Luisa Jaramillo (Colombia)
Portada: Contrastes – Daniel Toro (Argentina)
Hoy nuevamente desperté atorada en el presente, aún no logro descifrar la manera para que cuando despierte no aparezca aquí cada día. Anoche luché contra mi cuerpo, le ordené que no se durmiera pero su rebeldía lo impulsaba, lo hacía tan fuerte como a esos hombres con ideales inquebrantables. Estaba acechándome, expectante, vigilante. Yo me encontraba atenta, tomé muchos cafés en la otra casa naranja, lo malo es que los de allá no saben tan bien como los de la casa original, mi casa naranja.
Yo daba la pelea, pero me llevé una gran sorpresa cuando con el peso de las horas que caía sobre ambos, mis ojos se hicieron cómplices de mi cuerpo e insistían en cerrarse ¡ambos luchaban en mi contra! y entonces supe que estaba completamente sola. No podía soportar que mis ojos, mis adorados ojos, esos que me han mostrado los atardeceres en los campos de caña, las formas irreverentes de las nubes, las tantas manos hermosas que he visto en mi vida, que me han permitido capturar los sentires de mi existencia, que son aquí conmigo, mientras soy ahí, en la temporalidad, en la finitud, resultaran ser los cómplices de este cuerpo rebelde que no quiere que yo le encuentre. Verán, hace un momento se abrieron pero ya estoy de vuelta aquí tumbada en el mismo prado de la casa naranja, la mía, la original.
Lo primero que me mostraron hoy fue a la chica que también lleva apareciendo aquí hace días por mi culpa; ella no debería estar tumbada en este prado, el de mi infancia. Aunque la veo todos los días nunca he escuchado su voz, sus ojos antes eran mucho más verdes y ahora se parecen cada vez más a los míos ¡Cuánto lamento que pierdan su color por mi culpa! ¡He querido que ella vuelva a la otra casa, al otro cuarto, estoy segura que de esa manera sus ojos volverían a ser verdes! Pero no sé cómo llevarla de vuelta, al parecer solo yo puedo viajar al pasado. Debo decir que ella también es cómplice, es una aliada de mis ojos y mi cuerpo, ella quiere olvidarlo y que yo también le olvide; sin embargo insisto en viajar y encontrarle cada noche. También recuerdo que antes cuando la observaba en mi habitación- en la de la otra casa naranja– ella era mucho más feliz. Ahora está sintiendo mi tristeza, nos estamos volviendo una y por eso sus ojos pierden el color. Estamos pues aquí, atoradas en su presente y en mi ahora indeterminado, sin salida hacia el futuro de ambas, sin salida hacia su pasado y solo con boletos para mis viajes hacia atrás.
Mis ojos y mi cuerpo son culpables de que anoche no haya podido quedarme a dormir en el día en que le vi por la calle llevando puesto su viejo sombrero. Los muy condenados se me cerraron mientras corría para alcanzarle. Quería quedarme, me exacerba estar aquí detenida, quisiera simplemente encontrarle en algún lugar del tiempo.
– ¡Yo también estoy atorada en este ahora indeterminado! -Fueron las primeras palabras que lanzó hacia mí después de tantos días de silencio. Su voz era muy parecida a la mía, sólo que estaba cargada de resentimiento.
– ¡No le llames así! Jane, esas son mis palabras. Se supone que debes ser diferente a mí en muchos aspectos y casi siempre estás actuando como yo. No le llames ahora indeterminado, dile futuro. Ocupa tu lugar, pronuncia tus propias palabras.- le contesté.
Era evidente que sabía lo que yo estaba pensando, ahora entiendo por qué no hablaba, no es necesario hablarle a alguien si sabes todo lo que piensa ¿Verdad? Eso era un indicio de que tal vez era demasiado tarde. Además de soportar el asombro con el que ella miraba mi rostro todos los días también tenía que soportar que se apoderara de mis pensamientos ¿o yo me estaba apoderando de los de ella? En todo caso, prosiguió:
– Eso es culpa tuya. No deberías insistir en quedarte allí a donde viajas y yo no debería estar aquí contigo. Cada vez me parezco más a ti y sabes que no podemos ocupar el mismo espacio. Vamos a terminar colapsando. ¿Sabes cuánto tiempo puede quedarnos antes de desaparecer? ¡Muy poco!
Las ondas producidas por su voz de nuevo chocaron con el aire, el oxígeno, el prado, la casa naranja, sus ojos y nuestro rostro. Sus palabras atravesaron nuestro cuerpo y de repente sentí el peso de la finitud de aquel hombre de los ojos verdes y de todo el pasado que venía visitando hace varios días.
– Cada ser tiene su propio tiempo, Jane. – Le respondí – uno que hace suyo con los sucesos que desencadena y que a su vez fija físicamente en la homogeneidad del reloj. Cada Suceso en una hora específica, es un punto en el tiempo del tiempo de un ser. Ese punto es el antes de un después y el después de un antes, y es maravilloso que sea justamente allí, entre cada punto, entre cada antes y después, donde los seres se construyan. No te preocupes por el tiempo que nos queda, solo necesito encontrar la manera para que cuando cierre los ojos al final del día, no aparezca tumbada aquí en el prado de mi infancia, atorada en el presente.
Creo que mis palabras le construyeron en segundos un estadio temporal que aunque con muchos caminos, aún no alcanzaban a edificarle una salida hacia la línea existencial a la que ella en realidad pertenecía; yo solo me encontraba allí tumbada pensando en cómo quedarme en los lugares de mi viaje y así poder encontrarle, contar los agujeros de su sombrero y hacerle moños en sus zapatos. Solo quería eso, aunque sabía que si sucedía, ella desparecería. Ella también lo sabía, sabía que yo no pensaba en ella.
– No me hables de los estadios del tiempo. Me dejaste muy claro que solamente son una invención de nuestro cerebro. Una invención que está permeada por la humanidad que hemos inventado y que se encuentra suspendida en cada curva de las palabras que traemos a la existencia y con las cuales nos inventamos mundos posibles; el tiempo está ahí mientras existimos, sin nosotros no es nada y aunque se supone que sólo tiene sentido si nuestras acciones se desencadenan como sucesiones ¡Mírame! estoy aquí tumbada en tu prado, en el de nuestra infancia. Estoy contigo en un ahora inmediato que es tu presente, pero también tu futuro y tu pasado; tú misma me estás mostrando que el tiempo es un ahora inmediato que siempre cambia de estadio dependiendo desde dónde mires; cuando usas las palabras para viajar al pasado y verle, ese se vuelve tu presente y este, el presente en el que estamos atoradas, pasa a ser tu pasado; pero cuando estás allí, este es tu futuro. Cada vez que quieres tomas las palabras que se dijeron y que constituyen los puntos y fijaciones que juntos hicieron en el tiempo, esos puntos entre los cuales se construyeron; vas allí, pero quieres quedarte ¡Así que no me hables de los estadios del tiempo que al fin y al cabo solo son un juego de nuestra percepción y déjame ir a la casa naranja, mi casa naranja!
Jane tenía razón, debo reconocer que ahora es tan buena como yo y eso es porque queda poco para que seamos la misma mujer. En realidad me aterra que nuestras interacciones nos roben el poco tiempo que nos queda. Lo único que ahora pasa por mis neuronas es que debo encontrarle y verle por última vez, necesito hacer un último moño antes de que todo desaparezca. Cada palabra que nos lazamos mutuamente va atravesando nuestros cuerpos y tejiendo una sola temporalidad, cada vez estamos más cerca de nosotras mismas en este mundo circundante que sólo tiene espacio para mí; el problema es que ya no soy yo, estoy dejando de ser lo que ella ha sido y ella, se está convirtiendo en lo que ahora estoy siendo. Ella desaparecerá y solo quedaré yo. Eso no debería ser un problema porque siempre estamos cambiando, nuestro ser va tomando otras formas y posibilidades, es sólo que extraño lo que ella solía ser y que ahora le estoy robando.
¿Ya les dije que ella también está aquí tumbada? Generalmente habla poco porque aún no se acostumbra a nuestro rostro. No es capaz de mirarme a los ojos aunque los suyos sean verdes como los de él y los míos… verdes también. Supongo que está aterrada porque desde el día en que me descubrió en su cuarto buscando fotografías de su abuelo, ella lleva apareciendo aquí en el prado y sus ojos cada vez son menos verdes y sus palabras a menudo son las mías. No debí interactuar con ella, eso no debió suceder; pero cuando me sorprendió solo se me ocurrió preguntarle si su abuelo estaba en casa. ¡Qué poco consecuente y racional fui! ¿Cómo pude olvidar que el hombre que aparecía en las fotografías que acababa de ver era el mismo hombre que yo conocía? ¿Cómo pude olvidar que ella y yo no estábamos siendo las mismas aunque un día lo hayamos sido? ¿Cómo pude olvidar que el sí estaba en casa, que ese era su presente, pero era mi pasado? Estaba cegada por el deseo de encontrarle, estaba segura de que él estaba atrapado en algún punto del pasado y por eso viajo para verle y quedarme allí con él; cuando la vi tan feliz en aquellas fotografías quise preguntarle por él, quise quedarme en ese día para siempre ocupar su lugar. Ella se asustó tanto al verme que salió corriendo y yo me quedé tumbada en su cama, en mi cama, en su cuarto, en mi cuarto, en su casa naranja, en la casa que no era la original. Luego tuve una fuerte batalla de esas que suelo tener con mi cuerpo y mis ojos y cuando desperté, estaba tumbada en el prado y Jane estaba aquí también, como ahora.
Fue así como Jane llegó aquí. Cuando interactué con ella ocasioné un desorden en el curso de las cosas: ella no solo hacía parte de otro estadio del tiempo sino que su ser ahí era otro, estaba arrojada en el mundo existiendo de otra manera y yo, era el desarrollo de una posibilidad que sucedió en su futuro. Se supone que no debía interactuar con ella y que debía seguir sumergida en la posibilidad que se nos presentó a ambas, a ella en su futuro que soy yo y a mí en mi presente que ahora es mi pasado: la máxima posibilidad de un hombre, la finitud de unos ojos verdes.
Verán, mis viajes al pasado empezaron en el presente de Jane, que si ella y yo lo miramos aquí tumbadas en el prado, constituye el pasado de ambas, sin embargo ella es mi pasado y yo soy su futuro. A mí me gusta pensar en el tiempo como un cumulo de sensaciones donde cada una es un boleto de regreso al punto del tiempo donde se produjeron, así que hace algunas temporalidades, en medio de la finitud del hombre de los ojos verdes, decidí que les haría un espacio en los anaqueles de mi biblioteca, allí donde solo hay espacio para cosas importantes.
Fue entonces cuando decidí que guardaría en esos anaqueles todas las sensaciones que se habían producido mientras la existencia de aquel hombre y la mía se habían cruzado y designé un anaquel para meter allí todas las palabras que me había dicho; debo decir que no pude guardarlas todas aunque haya designado un espacio considerable en la biblioteca, pues en ese pequeño gran espacio temporal de la existencia que compartimos, miles de palabras salieron de nuestras bocas para atravesar nuestros cuerpos, así que me fue imposible guardarlas todas en este anaquel, incluso aunque las haya tratado de poner en pequeñísimos dobleces. Me vi obligada entonces a guardar solo las que más sensaciones me causaban y otras, decidí irlas olvidando selectivamente. Mientras las guardaba encontré una que me recordó una tarde soleada en el columpio que él construyó al pie de la montaña, sin más la usé y de inmediato sentí cómo sus manos empujaban mi espalda mientras mis pies volaban por los aires. Después me bajé, lo abracé y cerré los ojos; cuando desperté estaba aquí tumbada, en el prado. Así fue como descubrí que podía viajar y verle, entonces lo hice de nuevo y esta vez lo vi caminando por la calle con su sombrero viejo, pero mientras corría para alcanzarlo las luces de la calle se apagaron y todo quedó en la penumbra; cuando se prendieron lo único que vi fue el prado. No me di por vencida y regresé, esta vez aparecí en mi cuarto en la casa naranja. Encima de la cama había un álbum de fotografías donde estábamos él y yo y mientras lo observaba Jane entró. Cuando vi su rostro supe lo que sucedía, supe que esa no era la casa naranja original, era la casa naranja de Jane. A partir de ese día ella aparece aquí en el prado y yo sigo viajando para verle a él.
Hay un problema. Cada vez que viajo uso el lenguaje para llegar algún lugar del tiempo y eso hace que dos cosas sucedan: cuando regreso aquí después de viajar esa palabra desaparece para siempre, por eso he estado buscando la manera de quedarme en el pasado y en eso, han pasado no sé cuántos días en que cada mañana me dirijo hacia mi biblioteca para viajar a otras temporalidades, algunas veces me quedé a dormir en el lugar al que viajé pensando que tal vez podría escapar de este ahora inmediato y conservar para siempre algunas palabras, pero al despertar seguía apareciendo aquí tumbada, atorada.
El problema más grande es que en el anaquel ahora solo queda una palabra, lo que significa que si la uso, no podré volver a verle. Jane tiene razón, el tiempo solo tiene sentido desde donde lo mires, así que puede que no estemos atoradas en este ahora inmediato, tal vez me niego a vivirlo y a avanzar hacia el futuro arrastrando a Jane conmigo. Creo que ella debe volver a ser lo que era y yo, debo dejar de obligarla a ser lo que estoy siendo.
Estoy tumbada en el prado de la casa de mi infancia, el sol se esconde en el horizonte, las nubes componen formas extrañas e irreverentes, el viento sopla fuerte y en los próximos segundos de mi existencia pronunciaré la última palabra que queda en el anaquel; las ondas producidas por mi voz se fundirán con el viento, viajaré, le encontraré, le haré moños en sus zapatos y también contaré los agujeros de su sombrero; después no lucharé con mis ojos, esta vez seré cómplice. Cuando despierte estaré aquí tumbada, Jane no estará y la casa naranja será la original. Verán, Me llamo Jane.