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Atomic Blonde: Un elegante puñetazo de antaño

En la cartelera reciente tengo dos importantes recomendaciones, y cada una funciona en sus propios términos. La primera es la culminación de todas las inquietudes, constantes y gustos de Jim Jarmusch en la maravillosa y fascinante Paterson; luego viene una obra de entretenimiento directo, de un género tan reiterativo como la acción, siempre propenso al estancamiento; sin embargo el caso de Atomic Blonde –basada en la novela gráfica The Coldest City de Antony Johnston y Sam Hart– es quizás el mejor ejemplo de cómo renovarlo, a la vez que nos traslada al carácter práctico de los viejos tiempos y con algo más que solo golpes o empalagosas intervenciones digitales.

Transcurre el año 1989 y trae consigo la inminente caída del muro de Berlín. Antes de tal evento, han asesinado a un agente británico el MI6, quien llevaba una lista secreta de otros agentes encubiertos en el lado oriental de la ciudad, codiciada por supuesto por la KGB u otros grupos. Por lo tanto la espía Lorraine Broughton es enviada a investigar y recuperar la lista, no sin antes enfrentar a varios asesinos de bandos a veces difusos, pues confiar nunca es una opción, ni siquiera en ella misma. Aun así no se detendrá hasta cumplir esta misión de turbias ramificaciones.

La clave es saber apreciarla por lo que es, una experiencia visceral y dinámica, sin pretender ser otra cosa. Es decir, un ejemplo clásico de estilo sobre sustancia, pero que en su apariencia propone interesantes acercamientos narrativos y un cuidado lenguaje que además de imprimir un particular carisma, revitaliza los tópicos del thriller de espionaje. No los deconstruye, aunque están bien articulados en pos de motivar al espectador ante las concretas pistas dentro de la meticulosa dirección de David Leitch –en su primera película en solitario después de la floja John Wick-, repleta de ingenio y salvando al relato del embrollo en el que recaen demás películas de similar factura.

A Leitch no le interesa construir personajes con enormes trasfondos o desarrollo emocional, no obstante da la información suficiente y tienen las dimensiones elementales necesarias para que al menos prestemos atención a sus actividades, motivaciones y decisiones. Por ello nos importa su protagonista al involucrarnos en sus secuencias de acción, las cuales son desde creativas hasta increíbles en sus coreografías.

A pesar del conseguido entramado de mentiras, identidades e incertidumbre, evocando la habitual paranoia de la guerra fría, no aprovecha por completo tal contexto. Se percibe apenas el impacto sociopolítico, quedando en la superficie y en referencias a la cultura popular del momento; aun así son adornos amenos bastante llamativos. Resulta de por si curioso establecer, por ejemplo, una pelea durante la proyección de Stalker de Tarkovski en una sala de cine, u otras ejecuciones potenciadas por un meditado montaje de ritmo constante y un soundtrack preciso.

Entre su lenguaje efectista, se permite lapsos de crucial exposición y de ligera contemplación en encuadres depurados, donde el tratamiento de color y luz enfatizan la desolación, la soledad y la vulnerabilidad de una espía de firme caparazón, pero de afligido interior. Posee texturas implícitas en sus alusiones visuales de composición estilizada y versátil del neo-noir, con pizcas de intenciones en ciertos tropos, acordes a la psicología tenue de esta dura pistolera; una amoral figura más cercana a un western crudo y hostil en los crepusculares años ochenta.

Al abordar los parámetros actorales, son funcionales de acuerdo a su tarea. Charlize Theron moldea a su Lorraine con absoluta entrega, basta con sentir su agonía en cierta escena de confrontación física en plano secuencia, simplemente extraordinaria en su planificación y brutalidad. James McAvoy sirve de buen contrapeso para Theron en sus interacciones, lastima la resolución previsible con ambos; y los demás, entre ellos John Goodman, Toby Jones o Sofia Boutella, se muestran solventes según lo requerido sin asombrar.

Acción refrescante y contundente con retazos de la vieja escuela, eso sí, para el mayor deleite de incondicionales del género o exploradores en las formas alternas de la narrativa en ebullición.

 

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