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Si gana el No, o viceversa

Un texto íntimo de alguien que vive en la ciudad y se plantea dos panoramas de cara al plebiscito, y que, además, se cuestiona por sus respectivas posturas justo el día de la votación.


Si gana el No esta noche me acostaré como cualquier otra noche, a dormir, a descansar de los televisores prendidos con voces histéricas, calmadas, arrogantes y victoriosas. Si gana el No dará igual. No habrá bombas que sobresalten mis tímpanos, ni petardos, ni tiros, ni nada. Absolutamente nada. Tal vez el canto de las chicharras que por esta época parecen no estallar. Tal vez mi gato y su gota de aire, que brota como un pequeño quejido, cuando cae sobre el suelo y desde mi cama. Tal vez la luz que golpea mi cara y sale del poste que está frente a mi ventana. Tal vez un pequeño manotazo de él sobre mis costillas por alguna pesadilla caprichosa. Seguramente abriré los ojos, giraré sobre mi propio eje y seguiré durmiendo. No pasará absolutamente nada. No sé cómo hacerme entender. Se me atrancan las palabras. Si gana el No al otro día la alarma sonará inmunda a las 6 de la mañana, a la misma hora, yo la apagaré, a la misma hora, seguiré durmiendo, hasta la misma hora: 6 y media, en punto. Me pararé como una bala. Iré al baño indemne, sólo herida por un mal aliento de ocho horas de sueño y de babas. Nada más. El agua saldrá de la ducha igual de arrogante, fría y patética. La apaciguaré como siempre con el grifo de la izquierda. La misma ropa, el mismo sabor de yogur, el mismo recorrido solitario hasta llegar al carro. Nadie me matará, nadie me amenazará, el único que sabrá de mi existencia será el guarda de seguridad a la entrada del conjunto cuando el PIB de la talanquera le avise que me estoy yendo con las noticias de Caracol Radio y una cara desmaquillada. Así ha sido toda mi vida, en la ciudad. Sola y no sola. Sola, pero con 500 vecinos alrededor. Sola, pero con una piscina comunitaria. Sola, pero con guardas de seguridad y 20 cámaras para saber quién hace y quién no. Todo esto es una pequeña mentirita. Silenciosa. Y lo que no puedo entender es por qué toda esta gente que vive en esta pequeña mentirita de Colombia está haciendo tanto ruido, tan grotesco, y suficiente para que parezca que es el mismo ruido de quienes viven en la verdad. En la mierda. En el campo. Al ladito de la guerrilla, de los paracos y de los militares. Nos vemos tan ridículos con tanta habladera por encima y con tan poco por debajo. Si gana el No aquí todo seguirá igual, entonces, ¿por qué hablan tan duro?

Si gana el Sí, por el contrario, me acostaré como cualquier otra noche, a dormir, a descansar de los televisores prendidos con voces histéricas, calmadas, arrogantes y victoriosas. Si gana el Sí dará igual. No habrá bombas que sobresalten mis tímpanos, ni petardos, ni tiros, ni nada. Absolutamente nada. Tal vez el canto de las chicharras que por esta época parecen no estallar. Tal vez mi gato y su gota de aire, que brota como un pequeño quejido, cuando cae sobre el suelo y desde mi cama. Tal vez la luz que golpea mi cara y sale del poste que está frente a mi ventana. Tal vez un pequeño manotazo de él sobre mis costillas por alguna pesadilla caprichosa. Seguramente abriré los ojos, giraré sobre mi propio eje y seguiré durmiendo. No pasará absolutamente nada. No sé cómo hacerme entender. Se me atrancan las palabras. Si gana el Sí al otro día la alarma sonará inmunda a las 6 de la mañana, a la misma hora, yo la apagaré, a la misma hora, seguiré durmiendo, hasta la misma hora: 6 y media, en punto. Me pararé como una bala. Iré al baño indemne, sólo herida por un mal aliento de ocho horas de sueño y de babas. Nada más. El agua saldrá de la ducha igual de arrogante, fría y patética. La apaciguaré como siempre con el grifo de la izquierda. La misma ropa, el mismo sabor de yogur, el mismo recorrido solitario hasta llegar al carro. Nadie me matará, nadie me amenazará, el único que sabrá de mi existencia será el guarda de seguridad a la entrada del conjunto cuando el PIB de la talanquera le avise que me estoy yendo con las noticias de Caracol Radio y una cara desmaquillada. Así ha sido toda mi vida, en la ciudad. Sola y no sola. Sola, pero con 500 vecinos alrededor. Sola, pero con una piscina comunitaria. Sola, pero con guardas de seguridad y 20 cámaras para saber quién hace y quién no. Todo esto es una pequeña mentirita. Silenciosa. Y lo que no puedo entender es por qué toda esta gente que vive en esta pequeña mentirita de Colombia está haciendo tanto ruido, tan grotesco, y suficiente para que parezca que es el mismo ruido de quienes viven en la verdad. En la mierda. En el campo. Al ladito de la guerrilla, de los paracos y de los militares. Nos vemos tan ridículos con tanta habladera por encima y con tan poco por debajo. Lo que sea que gane aquí todo seguirá igual, entonces, ¿por qué hablan tan duro?

Si gana el Sí sólo cambiará, en consecuencia, una cosa: Alguien allá afuera, de los que viven en la verdad. En la mierda. En el campo. Al ladito de la guerrilla, de los paracos y de los militares podrá acostarse no como cualquier noche, a dormir, a descansar de los televisores prendidos con voces histéricas, calmadas, arrogantes y victoriosas. Entonces ya nada dará igual. No habrá bombas que sobresalten sus tímpanos, ni petardos, ni tiros, ni nada. Absolutamente nada. Tal vez el canto de las chicharras que parecen no estallar. Tal vez sus gatos o sus gallinas al cacarear. Tal vez la luz que golpeará sus caras y que sale del poste que está frente a sus ventanas o, tal vez, la oscuridad plena de la montaña. Tal vez un pequeño manotazo sobre sus costillas por alguna pesadilla caprichosa. Seguramente abrirán los ojos, girarán sobre su propio eje y seguirán durmiendo. No pasará absolutamente nada. No sé cómo hacerme entender. Se me atrancan las palabras. Al otro día la alarma sonará inmunda a las 6 de la mañana, a la misma hora, seguramente la apagaran, a la misma hora, no seguirán durmiendo, habrá que arar a la misma hora: 6 y media, en punto. Se pararán como balas. Irán a los baños indemnes, sólo heridos por un mal aliento de ocho horas de sueño y de babas. Nada más. El agua saldrá de la ducha igual de arrogante, fría y patética. No la apaciguarán con el grifo de la izquierda, seguramente habrá sólo un grifo. La misma ropa, el mismo sabor de yogur o de caldo, el mismo recorrido. Nadie que se haga llamar Farc (como ahora las conocemos,) les matará, tal vez otros les amenazarán, pero seguramente serán menos. Y lo que no puedo entender es por qué toda esta gente que vive en esta pequeña mentirita de Colombia está haciendo tanto ruido, tan grotesco, y suficiente para que parezca que es el mismo ruido de quienes viven en la verdad. En la mierda. En el campo. Al ladito de la guerrilla, de los paracos y de los militares. Nos vemos tan ridículos con tanta habladera por encima y con tan poco por debajo. Si gana el Sí aquí todo seguirá igual. Tal vez no. Entonces, ¿por qué habla tan duro?, y usted, ¿por qué calla?

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El contenido de los textos aquí publicados es de exclusiva responsabilidad de los autores y no compromete a la Corporación La Astilla en el Ojo.

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