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El lago – Óscar Alfonso Fuentes Peña

He caído de cabeza sobre el fango. Mis pies caminan sobre lo suave de esta superficie. Si alguien preguntara lo obvio diría que por obviedad no me siento incómodo, más bien es un poco raro, pero es y eso es lo importante. « ¿Ahogarme?» Mmmm…. No, no lo creo. Es difícil respirar, no lo niego, pero de ahí a que me sienta sin oxígeno en mis pulmones, la verdad es que no, porque en ellos hay mucho lodo y la podredumbre de los años ha madurado. « ¿Duele?» Claro que sí duele. Sobre todo cuando trato de pensar. Mis dedos quieren limpiar un poco mis oídos pero en seguida que los despego de los orificios luego, luego el fango vuelve a taparlos, y es incómodo porque cada vez que intento enjuagarlos con la presión de los meñiques la masa putrefacta los taponea y afecta mi cerebro. Pero no me importa, yo sigo caminando sobre la descomposición como si no pasara nada. Miro a mi alrededor y puedo sentir cómo una sanguijuela, que adolece de abusividad, se ha pegado a mi ojo, el más bueno, y me chupa los colores, las lágrimas, y las tonalidades que podía ver de los silencios de las fuentes de abejorros que hay por aquí abajo que funcionan gracias a que ya pago impuestos, ¡ah!, claro, sin olvidar que se está succionando los rastros de la frescura de los perfumes que despiden las chavas que salen muy temprano por la mañana, directo a trabajar. Yo como soy, soy, no tengo problemas de sonreírle a una persona normal para conseguir un bolillo con ajonjolí en mi mano. Y por supuesto que en la situación en que ahora me encuentro hacer eso sería algo intranatural, un sueño que más bien sería como una pesadilla que coqueteara con movimientos sísmicos en calidad de ronquido. Miedo no tengo. Mi cabeza puede girar sobre su propio eje. Como quiera puedo ver el camino que voy dejando atrás, objetos que se van quedando cada vez más lejos; si tropiezo, sé que me voy a levantar, aunque eso de ponerme los cacles cooorrectamente no lo puedo asegurar, que tal si al tratar de hacerlo ya no camino con los pies sino con las manos, cosa que no domino y que si sucediera sé que haría trampa ayudándome con la coronilla. Pero también pudiera ser que quedara en la misma posición que ahora. Pero « ¿y si decido nadar?» En dado caso de que no pueda respirar seguramente una sirena, de esas que alcanzo a oler, podría darme un beso y jugar un rato con nuestras lenguas mientras que pasa el tiempo y decido resolver la cuestión que en absoluto me importa. Pero eso sí, me tengo que poner listo, porque cuando ya me aburra de masajear nuestros labios tendré que nadar de a perrito, porque no sé nadar de otra manera (no soy profesional del nado), lo más rápido y lejos posible, no vaya a ser que la muy insensata se ponga a cantar y yo quede embrujado con las burbujas de miel que de su amor salgan. « ¡Y si eso pasa!» Voy a revisar si en mi cartera todavía traigo el condón que había guardado para utilizarlo con la Devora; ahora que la recuerdo ¡cómo le gustaban a esa morra los tacos de la Bondojo! En estos negocios de la pasión hay que estar precavidos no vaya a ser que… «Pero a ver, un momento. ¿Y si le digo puchurro y me mal entiende? ¿Se le puede hacer cosquillas a esa voladora para que el acto carnal sea más placentero? ¿Es posible? ¿Y por dónde? Mmmm…» Caminaré sobre el fango. Beberé la hiel de las abejas. Mi cutis después de la zambullida es fresco. No sé el porqué de mi postura pero los tropiezos con las raíces de los árboles primero dan directo a mi cara. Voy a abandonar estos montes. Ser alto siempre ha sido una incomodidad.

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