Arreglábamos el reloj para más tarde. Parecía rara esa afición de pensar en el tiempo, en el final, en el café del amanecer. De todas las sombras de la habitación concurrían los aromas de la caída del sol. Nos habituábamos a ese rito de noctámbulos feroces, de roedores rabiosos, de hienas malheridas.
Carla amaba…