Había una vez, en un bosque no muy distante de Pereira, (en una época electoral que sufrió el país) un gran auge de caperucitas contemporáneas deambulando por las calles; algunas recogiendo firmas y otras recorriendo la ciudad en busca de abuelas, lobos, leñadores y demás animales que deseen hacer parte de su ‘colectivo social’, encaminados a disfrazar la política y