Sexcrópolis
Grindr como Dios: en todas partes
El reloj que está sobre el tablero marca las 3:30 de la tarde, es viernes, y Samuel no puede esperar más para salir de aquel lugar. Toma su celular, pone sus dedos sobre el ícono de color amarillo y así despliega el abanico de posibilidades que la vida le pone a su disposición. Todos los que están cerca ya los conoce, pero hay uno que le llama la atención. Esto se debe a que su fotografía, a diferencia de la vitrina de carnicería de los otros, sólo exhibe una sonrisa afable y un cuello delgado cubierto de piel morena. Sin pensarlo más, mientras el profesor habla sobre química orgánica, él decide que lo orgánico sea quien lo guíe, así que escribe un parco “Hola”.
De su celular proviene un sonido similar al de la campana del lobby de un motel, ya sabe que sigue a continuación. Se pone en pie, desliza la silla sin hacer ruido, pues las demás personas están leyendo; en la sede de Bellas Artes de Universidad de Caldas, la biblioteca es silenciosa y apacible, entonces, para no incomodar, se va para permitirle a su fuero avanzar cómo desee. Lee “Hola”. El nombre del individuo que le contactó es Samuel, pero él lo duda, pues incluso él mismo usa un nombre falso. Pone los dedos sobre el teclado y escribe, sin pensarlo “¿Qué buscás?”. Espera diez segundos, mientras tanto le da otra calada a su cigarro. Al fin respuesta “Busco algo que me quite peso de encima. Un buen polvo estaría bien”. El personaje, a quien llamaremos X, responde “¿Tenés sitio?”.
Samuel no sabe qué responder a esa pregunta. Él vive en una habitación en una casa de universitarios ubicada en Campo Hermoso, a una cuadra de su universidad, pero allí no quiere fornicar con un desconocido. Por lo tanto escribe “No, pero me acomodo a lo que vos querás”. Sin respuesta… otro que se va. Está saliendo del salón de clases mientras un calor placentero hace tibia su piel. Su celular vibra de repente, y lee un poco sorprendido, lo que X, ha escrito “Pues si te place, podemos hacerlo en el baño de Bellas artes, en el del segundo piso”.
X apaga su cigarro, va al baño, se cerciora que esté desocupado, cierra la puerta principal y observa, sentado sobre el lavamanos curtido, cómo su próxima cita se acerca cada vez más. Está a escasos 40 metros.
Samuel entra a la Universidad mientras mira la escultura de la niña en la cuerda floja. “¡Ah!, olvidé quitarme este uniforme, ahora todos me mirarán mal. En definitiva la Universidad de Manizales no encaja aquí” piensa él. Camina rápidamente, sube las escaleras, gira unos cuantos pasos y se topa con la puerta cerrada, tal y como X le prometió que estaría.
X escucha que golpean la puerta, antes de abrirla busca un par de condones en el bolsillo de su chaqueta. Ya los encontró.
Samuel da un paso adentro: siente una mano que lo toma fuerte por su brazo derecho. Sin decir palabra alguna, se choca de frente con el propietario de la sonrisa y el cuello. Sus labios se acercan y se funden en un masa compacta en la cual comparten saliva, mordeduras y lengüetazos… de esta forma inicia un tributo más a la Venus de las pieles.
Whatsapp: Sexting instantáneo.
El letargo de siempre la consume, lleva tres horas en clase observando al mismo profesor molesto que dicta clase en el último salón del tercer piso. Mientras recuerda las fotografías que su amigo desconocido le envió hace algunas horas, mira a su izquierda para toparse con la presencia de una monja. En ese momento se pregunta por qué en la su Universidad hay tantas monjas puritanas. “Por algo este puto monasterio se llama ‘Universidad Católica de Godozales’”, piensa Karen. Tiene ansias irrefrenables de tocarse, de sentirse suya aunque sea por unos minutos. Así que envía un mensaje al Whatsapp de un desconocido que halló en el grupo de Facebook “Citas y sexo en la UTP”. En ese mensaje escribe “Ardo por dentro, necesito de tu extintor para apagar el fuego”. “Ahora me volví poética, lo que faltaba”, dice la voz en su cabeza mientras le da a “enviar”. A los pocos segundos recibe una contestación: una fotografía de un falo sostenido entre los cinco dedos de una mano cualquiera. Él posa, en lo que parece, un baño de una universidad; es más, se alcanza a leer en la parte de atrás “Qué viva la MANE”.
Se pone en pie, levanta su mochila y se retira rápidamente. Camina apresurada como si algo muy importante ocurriese y no pudiera dar espera. Sube las escaleras al cuarto piso. Entra a un cubículo del baño: su mano izquierda inicia de nuevo una sesión de exploración, mientras la derecha sostiene el celular que con la cámara frontal capta sus senos desnudos, y de paso un stiker que promociona una marca de toallas higiénicas. Una fotografía tras otra es compartida. Pasan algunos minutos hasta que una última instantánea muestra la mano del anónimo llena de semen. En ese momento su imaginación viaja hasta Pereira, donde está él, se para a su lado y, por una milésima de segundo, siente como si él estuviese dentro de ella…
Karen sale tranquilamente del baño, lava sus manos. Por último, como ya es costumbre en ella, bloquea al contacto y elimina las fotografías para no tener problemas en la posteridad. Pero ella no piensa que alguien, a pocos kilómetros, tiene un registro fotográfico de su cuerpo ardiendo en placer.