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Possessio

Portada por: Luis Cortés
Obra: Of Fire and de Void
Mayo 31 de 1950

Aquel día desperté azorado, pues una pesadilla recurrente hacía de nuevo su aparición dejándome sumido en una terrible irrealidad; no quiero describir tal juego onírico que, tan sólo su recuerdo, hace que mi cuerpo sea dominado por  calosfríos que congelan mi tuétano.

La jornada prosiguió como de costumbre: atendí al paciente de la habitación treinta y dos, seguía exponiendo el mismo patrón de comportamiento, de hecho cuando entré a su habitación, se encontraba masturbándose una vez más, su sexo tenía una tonalidad anómala, así que le remití con los asistentes pues las monjas se negaban a acercarse a él. También visité a la interna del cuarto de aislamiento, nadaba en un letargo espeso, éste patrocinado por los fuertes sedantes que en la noche tuvieron que suministrarle pues había tenido un acceso suicida y no paraba de golpear su cráneo contra cualquier elemento que a su mano estuviese.

Así continuó el día atendiendo pacientes, leyendo cartas que enviaban las asociaciones psiquiátricas a las que pertenecía, revisando la prensa y demás actividades que acudían a la monotonía ya tan arraigada de mis jornadas laborales.

Más tarde, alrededor de las siete y treinta de la noche, me encontraba revisando un estudio científico sobre nuevas técnicas de tratamiento para las perversiones del objeto sexual, al mismo tiempo que deleitaba mis oídos con la bella suite número tres para cello de Bach, cuando de repente, irrumpiendo con un estruendoso golpe a la puerta, arribaron la madre superiora y  Monseñor.

La monja con el rostro pálido y los labios contraídos expresando preocupación, logró gesticular:

– Doctor Clauss, precisamos de su ayuda. Es indispensable que venga con nosotros, pues ha llegado cierto paciente con signos terribles. Según puedo ver, está poseído por algún demonio.

De inmediato la miré a los ojos y contuve un grito de desaprobación, pues me parecía increíble que en pleno desarrollo de del siglo XX aún creyesen en demonios ¿Acaso pretendía hacerme partícipe de un exorcismo? Así que con voz clara y decidida le respondí con displicencia:

– Madre, iré en calidad de psicólogo más no como actor de una expulsión demoniaca.

Resalté estas dos últimas palabras con un tono sarcástico, casi burlesco.

A lo que Monseñor Jensen contestó:

– Doctor, realmente requerimos de su compañía, este joven se comporta de una forma inusitada; nunca había visto a alguien retorcerse de tal manera.

Salimos de mi despacho, la túnica de la monja cortaba el aire a toda velocidad, mientras que Monseñor paseaba sus dedos por las cuentas de metal de su rosario de oro; podía oír claramente sus murmullos, aterrizaban a mis oídos como los zumbidos de una mosca.

Cuando entramos a la habitación, un espacio blanco e impoluto como el resto del edificio, contemplé un paisaje pavoroso, una escena que erizó mi piel. Entré en un estado de irrealidad parecido al que experimentaba al salir de ese infierno de quimeras. Allí estaba un hombre joven de veinte años a lo sumo, pero su rostro exponía una edad indeterminada pues sus globos oculares estaban volcados hacía atrás, así que sólo lograba mostrar su esclerótica enrojecida por sus vasos sanguíneos rotos, sus párpados los bordeaban ojeras purpúreas; tanto sus muñecas como sus tobillos estaban atados a la camilla, sus ropas habían sido cortadas, por tanto estaba completamente desnudo y su cuerpo bañado por sangre seca que, podía conjeturar, no era suya. Las luces de la habitación brillan fuertemente produciendo un sonido agudo que coreaba los gritos que tenían como origen la garganta de ese pobre ser; estas vociferaciones retumbaban en idioma incompresible por todo el lugar.

Monseñor Jensen me tomó por el brazo, casi a rastras me llevó hasta el testero de la camilla sobre la cual pendía un crucifijo de plata; puse mi mano sobre su frente, fui guiado por una fuerza externa, no actuaba con autonomía pues ese manto onírico aún cubría mi conciencia. De repente su cuerpo paró de contorsionarse y sus gritos se detuvieron, así que la habitación quedó silenciosa y las miradas de los presentes se posaron en mí. Los ojos del joven se encontraron con los míos y de inmediato las luces se apagaron, él reanudó sus contorciones mientras yo corría en búsqueda de una pared que me sirviese de balsa para flotar sobre ese mar agitado.

La madre superiora empezó a recitar una oración en latín, el joven gritaba más y más fuerte hasta que en un momento dado algo se desgarró en él; podía sentir como si un elemento magnético girase por la habitación, todo estaba en un denso silencio, además de una obscuridad absoluta. El crucifijo de la pared cayó sobre el suelo de madera creando un bullicio estremecedor y justo en ese instante, sentí como si una ola húmeda y caliente golpeara mi rostro e inmediatamente caí desmayado.

De esa noche sólo recuerdo eso. Ya han pasado seis meses. Cuando desperté estaba atado a una camilla en una habitación poco iluminando y con un aroma séptico.

Siento como algo se mueve en mí, no lo soporto, todo el día me habla al oído, me cuenta sobre un espacio donde ningún hombre ha ido, donde se halla un rey que hasta la misma muerte teme. En ocasiones, ese espectro que me consume, duerme y es en esos lapsos de tiempo donde puedo ponerme en pie y mirar bajo la rendija de la puerta.

Esto lo escribo sobre un trozo de servilleta que una monja dejó cuando vino a rezar un rosario por mí; es terrorífico cuando esto es llevado a cabo pues él se molesta mucho y empieza a lastimarme desde adentro.

Ahora mismo él descansa, haré algo que llevo planeando desde la primera vez que me tomó, en lo que considero yo como acto sexual. Este lápiz con el que escribo y que hallé bajo la camilla, será quien me libere, le clavaré en mi arteria principal. No soporto sentir que no me pertenezco, que él es mi poseedor.

Dejo esta nota como constancia de que no estoy loco, simplemente, algo se ha adueñado de mí.  

Si me preguntan dónde estoy, siempre respondo lo mismo: perdido entre las afluentes de palabras de tinta y almas papel. Si me cuestionan acerca de quién soy, nunca sé; pero sí sé quién no soy: alguien que sabe quién es. Palabras más, palabras menos soy quien menos espero y espera. ¿Bibliófilo? ¿mamerto? ¿monocromo que se cree caleidoscopio? ¿borgiano por gusto y barroco por omisión? ¿gricoquimbayista? ¿melómano de tres canciones? ¿anacrónico cliché? ¿premoderno del posmodernismo? Juzgue usted.

mateoortizgiraldo96@gmail.com

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