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Fotografía de Mateo Ortiz /letras/Laaao

Memorias Utópicas

Allí estaba yo, observándole tras el cristal sucio de mis lentes mientras él movía sus labios a la par de letras maravillosas, palabras que dibujaban un mundo submarino, de azul profundo y burbujas nacarinas; donde se describía con pinceladas generales un ser mitológico, un ser como él: un espécimen más allá de mi comprensión.

Él, aquel humano mitificado que no figuraba en mis registros visuales del pasado, estaba ya pintado con gran detalle en la solapa de mis párpados, tallado a pulso sobre mi retina. Ya no era un extraño para mí, de hecho hacía parte fundamental de mis ensoñaciones.

Él seguía leyendo mientras yo recorría el perfil de su rostro: sus pestañas como riscos suaves y lisos, pendientes por las cuales yo pudiese saltar sin dilema; su delicada nariz, toque de ambigüedad. Seguí descendiendo por su rostro hasta que mis ojos se detuvieron en sus labios rosa, matizados con brillos de los cuales no pudiese definir su procedencia.

¿Qué podía hacer yo más que disimular que estaba con él?…cuando en realidad no me encontraba allí, estaba bajo el hechizo de su voz; nadaba en los ríos turbulentos y agitados de sus pensamientos, voces que recorrían la habitación, imperceptibles gritos silenciosos que provocaban en mí la necesidad de encontrarle tras la oscuridad que ocultan sus ojos. Yo no estaba allí, no…

La lectura acabó y yo regresé englobado a mi sitio terrenal, espacio donde él ocupaba un lugar junto a mí, yo respiraba su aire, compartía un trozo de habitación donde estábamos tan cerca que sentía sus ideas rosar mi piel.

¡Cuánto tardé en comprender que ya había terminado! Que él ya no estaba a conmigo, que yo me dirigía de nuevo a cumplir con los designios de mi vida falaz y quimérica; mientras él estaba inflando mis juegos oníricos.

A pesar de los kilómetros, del tiempo, aún siento el tibio aroma de sus cabellos, mi memoria lo trae una y otra vez a mí, lo carga bajo un arrullo de estrellas solamente para tenerlo ahí, en las sombras grisáceas del humo del café; para tenerle de compañía efímera, ausencia de soledad que durará lo mismo que un suspiro…uno del universo.

Yo escribo esto para hacerte inmortal, tú, amotinador de mi tranquilidad, para darte vida, aunque en ese proceso pierda un poco la mía. Pero eso no importa, porque así, sólo así, existirás como un eco en el infinito vacío de mis noches frías, angustiantes.

Cuán temeroso me siento de olvidarte, de inconscientemente, tal vez, llevarte a ti, a tu voz, a tus demonios, a ese lugar lleno de memoria, donde se alojan los despojos de mis hiperbólicos recuerdos; a pesar que llevarte allí sea la única forma de librarme de ti. Ojalá fuese verdad que la liberación de mis ataduras se hallase en tus besos, pero algo sí es seguro, el regocijo lo encuentro en tu mirada.

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