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Lo retro del futuro

“Lo importante no es tanto mantenerse vivo, sino mantenerse humano”
1984 (Película)

Si existiera un sistema de gobierno ideal sería el distópico, extraído del universo orwelliano donde todas las posibilidades de totalitarismo son explotadas. El gobernante sería lo más próximo a un emperador, con unos rasgos mesiánicos, un discurso axiomático y una imagen totalmente prefabricada, debe pertenecer a un partido único y ubicuo capaz de absorber todas las libertades individuales y de vaciar toda la propaganda esperanzadora que la prole desea escuchar con la ayuda del poder judicial omnipresente.

Este líder debe comandar un Estado; una masa de gente a la que debe mantener paranoica, pobre, insegura y entretenida, buscando la deshumanización de los atributos democráticos, donde se logre aunar el ritual de los “dos minutos diarios de odio”; el ameno espacio de arengas e insultos a la figura del enemigo público número uno: “el pensamiento”, ese causante de la miseria y las frustraciones de un pueblo obnubilado.

En este Estado los politizados medios de comunicación informan sus logros, mercadean la verdad. Las equivocadas posturas de las “voces políticamente incorrectas” que mastican los contenidos de los diarios, la tele y la radio son opacadas por cortinas de humo que enmarañan la realidad de los acontecimientos, con entretenidos realities utópicos y mensajes cuyos códigos ocultos, fortalecen la imagen de las empresa y la iglesia que apoye el manipulado sistema.

En la literatura y en el cine se generan una gran cantidad de ejemplos de distopías; conceptos de sociedades ficticias donde las tendencias sociales futuras se llevan a extremos apocalípticos, constituyendo casi siempre un mundo peor que el nuestro.

Ya que las distopías guardan tanta relación con la época, el contexto político y socio-cultural en que se engendran, se hace necesario abordar el carácter dantesco, satírico y a veces reflexivo que nos ofrece el séptimo arte desde las orillas de la ficción, el drama y las híbridas narraciones contemporáneas.

En el presente referente cinematográfico, se me antoja citar algunos films que entran en esta categoría, solo por el hecho de haber sido subestimados en los momentos de su estreno, pero que a la posteridad se han vuelto material obligatorio para cualquier cinéfilo, investigador o espectador ocasional.

1984 de Michael Radford

Esta adaptación cinematográfica, toma importantes elementos audiovisuales de diversos símbolos de regímenes totalitarios, tanto reales como ficticios. Winston Smith (John Hurt) cumple unas funciones dentro del aparate gubernamental, donde secretamente empieza una relación que al ser descubierta, lo volverá un autómata testigo del mundo, solo a través del mensaje del “Gran hermano”; maquiavélica estrategia que muestra sólo una realidad conveniente para el poder del Estado. Curiosamente Hurt en el futuro, pasa de victima a victimario pues es el encargado de dar vida al líder Adam Sutler, fundador del partido fascista Fuego Nórdico, en la distópica adaptación de “V for Vendetta” película del 2006.

La distopía se toma atribuciones para narrar un ideal de sistema de gobierno donde el control, la autoridad y el caos generado por la modernidad vuelve al individuo un ser manipulado, obvio, sin libre albedrío y sin ningún sentimiento de arribismo o creatividad.

Blade Runner (1982) de Ridley Scott

Oscura, artificial, eléctrica, radioactiva, sentimentalmente androide.

La adaptación libre de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, es esto y mucho más; cosmopolita y clásica, conceptualmente occidental, pero estéticamente oriental, némesis de lo humano es la más cyberpunk de esta lista y a su vez la más idealista.

Cuestiona “la realidad”, hasta dónde va la humanidad de Rick Deckard (Harrison Ford), ¿quién es? y ¿Por qué se relaciona con Rachael?, una replicante experimental programada para sentir cierta cantidad de emociones humanas. ¿Por qué siendo fruto de la decadencia urbana, se permite tantas metáforas visuales de introspección? Incluyendo la del villano Roy (Rutger Hauer) quien en su despedida, hace gala de su precoz paso por esta sociedad en su efímera existencia de 4 años de vida, y ante el sepulcral silencio de Deckard (en cámara lenta) deja escapar una paloma de sus manos.

Un drama existencial por momentos, con elementos de acción muy calculados en medio de la ciencia ficción y la exploración genética adelantada a su tiempo, mezclada con la caótica filosofía del consumismo. Para el espectador es una reconstrucción de identidad en medio del caos de la postmodernidad.

Brazil (1985) de Terry Gilliam

https://www.youtube.com/watch?v=UJlk8MzRMH4

El escape de la realidad.

Brazil es la segunda apuesta de Gilliam, en su trilogía ochentera, donde su consigna es “la libertad de pensamiento” en una realidad adversa.

Este atípico film futurista nos presenta a Sam Lowry (Jonathan Pryce) un tecnócrata recluido en su claustro laboral dentro de un sistema burocrático, quien a raíz de un error y por gajes de su oficio, encuentra por accidente a la mujer que lo desvela en su onírico mundo. Esta taxista quien conduce un aparatoso camión cercano a la estética Mad Max se convierte en su más sublime obsesión, por esto y por contar con la ayuda de un furtivo fontanero (Robert De Niro) se convierte en una amenaza para el sistema.

Los formales trajes grises, la discontinua jungla de asfalto, los rascacielos, tiendas y reducidos espacios abruptamente allanados por la policía, son la constante en esta caótica urbe.

Aunque este sistema logra reducir a Lowry, mediante complejas instancias y torturas mentales, este sale airoso de dicha empresa al resistirse mediante sus escapes de la realidad, donde con armaduras y enormes alas puede enfrentar las pesadillas que le ha creado el sistema.

Esta obra maestra del universo de Gilliam, tendría sus repercusiones narrativas en otras producciones posteriores tanto de su autoría como de otros realizadores atraídos por la discontinuidad en las historias.

The Running Man (1987) de Paul Michael Glaser

Continuando con el fabuloso mundo distópico, se puede encontrar que es un subgénero híbrido y amplio que contiene otros subgéneros en su historia.

Los temas de acción, artes marciales, músculos y súper héroes inundaron la pantalla en los 80s, creando una categoría muy bien garantizada para la posteridad, por ello y sin dejar de lado el tema que nos convoca hay que recordar algunos personajes como Max Rockatansky, Mad Max. Su traje de cuero apretado, su Ford Falcon 74, su escopeta doble cañón y la actitud seca, pesimista y pandillera en medio de un paisaje polvoriento y asfixiante que le daría el reconocimiento a un joven Mel Gibson

¿Y después del fin del mundo qué?: El post-holocausto. Después del fin del sistema, del deterioro de los gobiernos, empieza la peor pesadilla para ellos: la anarquía total, la ley de supervivencia, devorar al débil, racionar lo poco que queda y recordar el pasado sin nostalgia, aquí la mente magna está en la cima, pues ha llegado el momento: crear. Desde esta óptica aparece la postapocalíptica Cyborg (1989) donde Gibson Rickenbacker (Jean-Claude Van Damme) entre vaqueros del futuro, pueblos con pestes radioactivas virus, campos siderúrgicos y una música que acongoja la existencia, logra llevar un Cyborg quien contiene una vacuna hasta una devastada Atlanta.

Finalmente y buscando un contenido más profundo en cuanto a la relación Distopía-Acción, encontramos que Running Man (1987) trasciende el denominado género de acción, supera su función básica de entretener y además de cumplir con todas las características distópicas mencionadas, plantea una temática que se convertiría en una constante en la televisión posterior de los 90s. La propuesta que brindó esta película cuestionaba los reality shows; manejar momentos de tensión, hacer que el espectador sufra con el personaje que está dentro del show, que decida que tiene que hacer y cuando no supera sus expectativas es simplemente desechado u olvidado por ese seguidor quien es involucrado allí por los productores de los súper canales quienes viven del rating.

Un momento contundente que marca esta trama está en el desenlace donde Killian explica a Ben Richards (Arnold Schwarzenegger) lo que siempre ha sucedido:

“… así es la televisión, que se le va hacer, no sabe de personas, sino de índice de audiencias, durante cincuenta años les hemos dicho lo que tiene que comer, beber y ponerse, es que no lo entiendes a los americanos les encanta la televisión, con ella despiertan a sus hijos, les encanta los programas de concurso, la lucha, los deportes, la violencia…”

Esta adaptación que la productora Home Box Office realizó de la novela homónima de Richard Bachman (un seudónimo de Stephen King) recibió críticas muy negativas en su momento catalogándola como una simple película de acción, olvidando las características sociales que se encuentran en el trasfondo de sus planteamientos argumentativos.

La imagen dominante que recogemos de estas distópicas historias de los 80s, es de decadencia urbana: luces de neón en fondos industriales, paisajes superpoblados, saturados de smog y opresión o simplemente naturaleza muerta, vacío y escases, futuros pesimista. El rechazo del pensamiento. La desintegración del lado humano y ético de los personajes, introducidos en un panóptico institucional que garantiza el funcionamiento efectivo del poder, vuelven muy atractiva esta categoría.

Pues la única alternativa ante el oscuro futuro que ofrece el sistema, es la de regresar al lado más animal del ser humano, al del instinto de supervivencia.

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