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Eran del PC

Mesas redondas rústicamente soldadas llenan la sala, algunas sillas vestidas aún de cuero tienen los espaldares rígidos y sus patas que apenas alcanzan los 30 centímetros, parecen estar enraizadas en las baldosas curtidas por conocidos y alcoholizados pasos. Dos cervezas sobre la mesa, 5 personas en la sala, una mujer llorando, otra ensimismada, 2 hombres mirándose embriagados mientras yo asentía con una sonrisa las sentencias de Discépolo.

La sala grita un reclamo a la historia, Julio Sosa y Cambalache toman asiento y los dos ebrios del frente sonríen con complicidad; la mujer grazna y simula arrancarse el cabello, lanza reclamos al aire asegurándole a su espejismo que se arrepentirá y que el dios que no existe lo sabrá juzgar; le pidió fuego a cada mesa y el único cantinero que atendía sus llamados en un intento inútil por salvarla, antes de que me interlocutara, la interrumpió con el brillo de la llama.

Puso sus zapatos sobre la pequeña mesa redonda mientras encendía el cigarrillo, después de dos inspiraciones sollozaba de dolor e intercalaba su estancia en las 4 sillas correspondientes a su mesa; un grotesco redil de impotencia dibujando al alcohol como única ruta de escape.

Los dos hombres casi no hablaban, compartían una inquietante complicidad que resumo en su forma de beber, tomaban grandes tragos en un solo intento, todo esto para pasar al escenario, las tablillas del mutuo elogio, el llamado al cantinero y la lucha por quien sería el bienhechor, el acreedor a la deuda, en últimas, la batalla por la impostora.

Canta Julio:

El mundo fue y será una porquería
ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil también”
“Siglo veinte cambalache
problemático y febril”
“Todo es igual
nada es mejor
lo mismo un burro
que un gran profesor


A mí lado, una mujer con la cual suelo tener sexo ocasional, no definido desde la periodicidad sino desde el desinterés por tenerlo; ocasional porque no me nace besarla, ni acariciarla, saber su segundo apellido, ni mucho menos imaginármela en la cama. Ocasional porque penetrarla es lo último en lo que pienso cuando estoy a su lado, tal vez, porque sé que es lo único seguro al final del día y a los hombres como yo, los hastía la rutina.

La cita se traduce en copular cuando nos cansamos de hablar y nos descubrimos entregados al teatro de dos cuerpos, que irónicamente se exprimen el placer, después de haberse inundado de dolor y de alcohol en el mismo cafetín de siempre. El mínimo placer del orgasmo fisiológico nos basta para hacernos compañía. Somos un tanto parecidos, solo que yo suelo hablar mucho, ella en cambio no se engaña, ni mucho menos trata de hacerlo conmigo, solo rompe el silencio para soltar una sonrisa mientras yo, patéticamente, lo rompo para hablar de lo que no conozco, lo venidero.

Canta Gardel:

Sentir
que es un soplo la vida
que veinte años no es nada
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.

 

Todo humano que se pregunte por el mínimo llamado a la razón que necesita la historia, todo aquel que se haya entregado ingenua y ciegamente a un sentir habrá de necesitar un poema, una quinta columna para sentir reflejada en otro su pena; el tango es un poema con no más de tres minutos, el escenario de la bella complicidad de las miserias nacido hace más de una centuria y como todo placer en la vida, históricamente señalado de insano.

Ahí estaba yo, decantando a gotas lo que fue, pensando en Discépolo y en como hace décadas algún enfermo decidió lo que 80 años después yo mismo me condenaría a padecer; canjear dolor por dolor pretendiendo inútilmente salvar a quien sabemos que nos ama y amamos; cargar a cuestas la sombra del justo y gris poeta que aunque vocifera que es inútil pretender conocerse a sí mismo, en el fondo sabe que después de heridos, las llagas solo se cierran un poco, con una nebulosa dosis de escarmiento.

Decidir gritar adiós aún amando fue mi certeza para no destrozarla, para no seguir convirtiéndome en el monstruo que fui tratando de hacer siempre lo correcto. Reconocía y amaba su imperfección pero condenaba la mía por profusa. 

Canta Discépolo:

Fue a conciencia pura
que perdí tu amor
nada más que por salvarte
hoy me odias y yo feliz
me arrincono pa’ llorarte

porque te quise tanto, tanto
que en mi rodar
para salvarte
sólo supe hacerme odiar

 

 

Empecé a notar que en la mesa contigua uno de los dos hombres prestaba cierta atención hacia nosotros e intercambiaba palabras con su acompañante que nos daba la espalda, pensé que la mujer con la que estaba los miraba y por eso el evidente interés de aquel sujeto; en ese momento, mientras Agustin Magaladi hablaba de libertad y Roberto Mancini invitaba a otro trago, escuchaba un poco exaltado a uno de ellos, el otro se limitaba a asentir positivamente, para después de esta canción:


Canta Mancini:

Si me ves a solas noche y día,
Y andar de trago en trago
Lo debo a tu falsía.
Si te adoro o no, son cosas mías,
Lo cierto es que te digo:
No quiero verte más

El alcohol le miente a mi dolor
Y aunque sé que no podré olvidar,
Otra vez me vuelvo a emborrachar
Para engañar al corazón…

 

 
…Ver al cantinero posar dos tragos más a la mesa, un minuto después el hombre que miraba a nuestra mesa se levantó, el rabillo del ojo me indicaba que iba hacia el baño pero en un giro brusco se dirigió hacia nosotros; muy amablemente nos extendió su mano y nos presentamos, me dijo: verlo a usted es bello, me llama mucho la atención que una persona joven cante con tanto empeño los tangos que yo olvidé, me imagino que algo debe estar sintiendo, tómense los tragos tranquilos y por favor no pare de cantar.

Sonreí y el tipo que estaba de espaldas no regresó nunca la mirada a pesar de que lo busqué para agradecerle con un esto; después de esa ronda de tragos vinieron otras dos más que irónicamente cambiaron los papeles sobre la mesa.

Aquella noche estaba allí porque ella necesitaba escuchar a alguien; hoy en día y desde hace mucho tiempo la palabra cuesta según el contexto, la mía no vale mucho, es pública y silvestre, pero ella sabe que con algunos tragos se refina. Ella pretendía pagarlos, pero los pagué yo cantando, fueron 8 tragos en total los que nos regaló el tango.

Íbamos de salida y nos detuvieron, allí por fin le vi el rostro al otro hombre, un rostro fresco, muy diferente al de su compañero que estaba un poco ajado por las arrugas, se presentó y nos dijo que nos sentáramos en su mesa, accedimos e iniciamos una pequeña charla. Me preguntó el porqué de mi gusto por el tango y muy convencido afirmé que el tango es un estado avanzado de la poesía, además le expliqué que fue un genero reprimido y por ello me llamaba la atención, le dije que su origen venía de los negros y que por allá en 1800 fue prohibido en Argentina y en Uruguay.

No dijo mucho en torno a eso y empezó a hablar con tecnicismos exagerados sobre los bandoneones y lo refinado que se veía Gardel en el cine, llamó al cantinero para pedirle más tragos pero éste respondió que las puertas ya estaban cerradas, incluso así, increpó y pidió los tragos, le dije que no, que no valía la pena beberlos si dejaba de sonar la música y a cambio le recordé que si nos veíamos algún día sabría reconocerme.

De pronto me di cuenta que la otra mujer desde hace mucho tiempo ya no estaba en el salón, avanzamos a la salida y escuché decir a quién la atendía que su esposo se había ido con sus hijos y la había abandonado, no me imaginé el dolor pero recordé sus sollozos alaridos. Al despedirme de los viejos me pasaron una tarjeta, eran miembros del PC, pero no del mío, era miembros del partido conservador.

El fatal eterno retorno, la hormiga insípida que camina tras de sí misma cargando a cuestas una hoja aparentemente diferente; el hombre robusto que a carcajadas ofrece un trago a sus amigos y justas ofensas a las mujeres que considera como suyas; la pérfida sátira que dibuja un asediado por la irracionalidad del mundo sonriendo y recibiéndole tragos a los homólogos de los partidarios que alguna vez hicieron cumplir lo siguiente.

Sobre tambos (el tango), bailes de negros.

Que respecto a los bailes de negros, son por todos motivos perjudiciales se prohivan (textual) absolutamente, dentro y fuera de la Ciudad, y que se imponga al que contrabenga el castigo de un mes a las obras publicas.


Resolución del Cabildo de Montevideo de común acuerdo con el gobernador Francisco Javier Elío del 26 de septiembre de 1806.

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