El Hombre de la Cabeza Perfecta
No existen, no existirán, no han existido seres perfectos. Héctor es un ser común: tan común como la búsqueda desesperada por la perfección. Su cabeza, la de él, es perfecta: lo suficientemente redonda para ser reconocida como cabeza, lo suficientemente ancha para contener un cerebro, lo suficientemente suficiente para tener: dos ojos, una nariz y una boca. Héctor parece perfecto pero no lo es. Sus dos ojos no le sirven para ver, su nariz sólo le permite respirar y de su boca no salen palabras capaces de decir algo, solo dicen: nada.
Héctor parece saber que quiere ser y hacer… pero no lo puede lograr, ¡Cómo! Sí su querer es ver la luna, y su hacer es recitarle aquel poema que de niño escuchó, porque lo único verdaderamente perfecto en Héctor son sus oídos, ubicados justo donde se ubican los oídos.
La luna mira a Héctor con compasión, detrás de tal sentimiento se encuentra la impotencia de no poder decirle que sabe lo que él quiere y con eso, a ella, le es suficiente. La luna, llena o menguante,siempre está pensando en el hombre imperfecto, con lastima y amor. Una noche, en la que no se ve la luna, Héctor lloró de manera silenciosa pero asfixiante, lloró tanto que al entrar los primeros rayos del sol, sobre el piso de madera húmeda de la habitación de Héctor un reflejo se reflejo. Era una imagen de textura rugosa, de color, dolor y sin olor… él la vio y pensó de manera reflexiva pero certera que esa era la luna y le recitó:
Luna, tu luna,
tan grande como una luna
no eres igual a ninguna
porque en ti no hay sol
no hay sombra
no hay luna hoy.
La luna, tan húmeda como salada de la boca de Héctor sólo escuchó:
Nada, nada nada,
nada nada nada nada nada
nada nada nada nada nada
nada nada nada nada nada nada
nada nada nada nada nada nada nada.
y con eso, a ella y a él les bastó.