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El Club de los Suicidas

 
Solos o juntos, queremos ir en busca de la muerte
y desafiarla donde se encuentre.
R. L. Stevenson

 La pérdida del sentido de la vida es una peste entre nosotros. No existen mecanismos ni políticas públicas
encaminadas al estudio minucioso de la crisis social que padecemos, los psiquiatras, contados con una mano, señalan la “herencia antioqueña” como foco principal, yo señalo el desempleo entre los jóvenes, la falta de espacios recreativos, la drogadicción y su fuente de miseria, el corrupto.

Los poderes se concentran, dejan por fuera a un gran sector de la población que arde a diario, que se reduce a sus huesos. El deseo y la violencia son guía, pero ¿a dónde nos pueden guiar los ciegos sino a los abismos? El valor artesanal, la mano extendida del mendigo, son nuestro capital. El campesino, torturado y pobre, ya no tiene cielo ni tumba digna. Por eso los jóvenes se mueren a granel, con el desespero del condenado: Una niña en el baño del Lucy Tejada al ingerir cianuro, otra madre se arroja con sus hijas, él decide tomar el arma del padre, ella ahorcarse con el clave del tv.

Yo no sé bien de qué se trata, estaban muertos quizá, porque aquí sólo viven los ricos, unos pocos matapobres, esos que han hecho de la técnica su principal economía, los que han restringido el tránsito, contaminado los ríos, que especulan con la tierra, los patriarcas de la fe. Pereira es una gran fábrica de muertos y sus dirigentes cívicos con aguas y aguas, lavan y lavan la sangre. En esta ciudad se han robado las puertas, resulta una madriguera pacífica. No hay aire para tanta gente, dijo en uno de sus viajes el impopular alcalde. 

Imagino que hace mucho no se pasea por estas calles, le sugiero se acerque al “puesto de dulces” más próximo, en donde será atendido por un anciano que a duras penas puede contar monedas, verá las “niñas”, el monopolio del “carrito de tinto” conducido por el joven que termina su bachillerato nocturno, verá algún indígena caer de un árbol de mangos de la plaza, muere y ya no almuerza, le escribió el poeta.

Conferir dignidad, cultura, empleo. Si hay esperanza, ésta es violenta. El hambre, señoras y señores, va bien vestida y es una dama mueca, hija de la orfandad, maldice estos edificios y sus centros comerciales, sentimos apenas la imaginación.

De la luna cuelga un brazo ¡Vea pues!

Egresado del Grupo Escuela de Teatro del Instituto de Cultura de Pereira, promoción: 2006, bajo la dirección de Claudia López. Cofundador de la Revista Polifonía y miembro del comité editorial de las revistas Portafolio Cultural y Juglar, esta última especializada en teatro. Ganador del Premio de Crónica Universitaria en abril del 2008, organizado por Comfamiliar y la Universidad Católica Popular del Risaralda. Premio Nacional de Novela Ciudad Pereira 2012, con la obra Anónimos.

fredyalan@utp.edu.co

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