Amaneciendo
Para llegar al encuentro fue necesaria la ausencia; sobrevinieron a las páginas de nuestros libros historias quizá nunca releídas; si acaso ahora el de ambos marca espacios semejantes, fue preciso que habitara el sinsabor de las horas que no reconocen posibles encuentros; que muriesen las esperas en la vaguedad donde las voces se hacen lejanas, donde un quizá no tiene dibujado el rostro y se conforma con velar sus anhelos tras raídas capas de profundas dudas; se hizo ajeno a nuestras voluntades el tiro que debimos recorrer; impuso la mano errática del abandono un obligado adiós a puertos desdibujadamente seguros; ¡ah, cuánto afán de alas para tocar el verano!
Si me negué en un instante no fue por desdén, lo juro, como por temor a irme detrás de una pisada que de nuevo acaso perdiese la establecida ruta de mis tranquilas sendas; habrán ya tus sentidos hecho eco de la vaguedad de mis ausencias.
Cuánto de mis abandonos morirá si dejo que tu presencia inunde la claridad de mis empeños y sin embargo, este riesgo se me hace un seductor impulso, una inevitable tarea en la que dejar de lado los ayeres, impone la verdad febril de nuevas ascensiones; sucumbiendo a la pugna en que mi esquivez se hace yerta, me deleito en la sutil manera de hacerte a mis tiempos, sin que obligues a mis trazos en definir tus afanes.
Te diste cuenta de la ingravidez que me define, como la vaguedad urde letras entre mis dedos y el agudo dardo de los adioses hace mella en mis carnes; del delirante desconcierto de los relojes que intentan hacerme suyo sin tocar escasamente lo mínimo de mi esencia; de la cerúlea gravedad de mis jardines primarios en los que aún resuenan inviolados cantos; atinaste en ver miradas que soles ya ausentes alguna vez contemplaron y acaso, me confieso distante a este juicio, supiste dar a los actos el talante ajeno que deleita mis aquiescencias.
Me bebí contigo el nectar dulce de la noche, deleité de nuevo mi voluntad en los silencios, en las sombras, en los dormidos atrevimientos ajenos que no pudieron hacer mella en nuestras ignoradas fruiciones; nos hicimos fugitivos en diálogos desnudos que ojos escandalizados acaso no hubiesen soportado; olvidé por un instante el miedo y mientras desmayaban mis parpados tu aroma se hizo arrullo.
Para simplemente dar pie al tibio frenesí de las primeras miradas, dejaré que mis murallas caigan, sometiendo mi causa a la razón sin recelos de un amanecer compartido; impulsado por el delirio reconocido de mis venas me haré del hoy y vestido de todo el furor de olas de este mar que me habita, acaso invitado por la tibieza de tus carnes, voy a secuestrarte la mano mientras dibujo constelaciones en tu espalda, besándote los ojos para tocarte el alma.