4 Horas de Espera
Un par de libros, unas prendas que ya no querré usar cuando llegue a mi destino, una máquina que afeita menos y lacera cada vez más, un cuaderno nuevo para los apuntes que quizá no vuelvan a ser leídos, una cámara digital para guardar los recuerdos de los que ya no quiera hablar, una bolsa repleta de incertidumbre, un puñado de dudas que no quieren ser absueltas, un día más por terminar en esta ciudad, una vida entera que se parte por la mitad, toda la ansiedad antes de levantar la frente para no querer mirar atrás…
La maleta no pesa tanto como parece, no como pueden pesar 4 largas horas en un aeropuerto, mientras esperas antes de partir. Observas y nada más, porque el dejar todo aquello que fuiste o creíste ser te lo concede así, te permite estar en silencio sin importar qué pasa alrededor.
Entonces te das cuenta que las despedidas raramente son buenas, que no quieres vivir el inmenso vacío que dejas en tus seres queridos; que por más amor que exista, ese algo que hace falta no te dejará tranquilo; sin saber por qué, tienes la certeza, presente y etérea todo el tiempo.
Escuchas cientos de voces a la vez, el anuncio de las pantallas publicitarias, el llamado por altavoz informando que debes prepararte; lo piensas, tomas aire, despacio, profundo, decides esperar como tratando de alargar ese momento que anhelabas. Soltarse, alejarse, fugarse; quieres irte y te da miedo… Lo piensas una y otra vez, tu respiración se ha acelerado sin previo aviso.
Los recuerdos menos gratos primero, los buenos después; recreas cómo aquella vez tratando de alcanzar
una pelota a través del alambrado, tu brazo terminó enredado entre las púas y sientes el dolor y te parece que no fue hace tanto tiempo y sin pensarlo, te das cuenta que tus dedos se deslizan por los surcos de las cicatrices y sabes que estás vivo y vuelves a la realidad.
Segundo llamando, la gente se apresura. El ruido aumenta afilando las horas, abrazos de todos los tamaños en una mezcla de alegría y nostalgia, un par de besos, muchos besos que dicen adiós, manos que enjugan lágrimas por las mejillas de tantos viajeros, sonrisas que disfrazan el dolor; te imaginas un viaje sin fin, un viaje que dura toda tu vida, un viaje del que no te enteras hasta que decides disfrutarlo cuando reconoces que el camino es largo y no espera por ti, cuando entiendes lo importante de no prestar atención a todo aquello que te impida soñar. Caminar, aprender, respirar, crecer; quieres irte y te da miedo… El olor del café fresco y caliente.
La vida resulta absurda la mayor parte del tiempo… y en el camino que decides andar, el más grande esfuerzo consiste en encontrar una razón, un motivo lo suficientemente loable que haga valer esa búsqueda permanente; en un mundo que puede convertirse en un lugar terrible o extraordinario, opciones de múltiples finales inconclusos y la incógnita de en cuál ellos quieres estar.