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Villa María

* Portada por: @andreanodner

El pueblo es el Oráculo de Manizales, su pasaje más aledaño. La plaza, ampara las peregrinaciones fecundadas desde el Gran Caldas hasta las pendientes frías de Chipre, un viejo de estrados y esquinas situado en lo alto como la proa de un navío. Bajo sus piernas pasan una corriente débil, el río Chinchiná.

¨Centro y esfera de toda lindura¨ dueña de un pálpito rudimentario, atestado por la transición cotidiana fomentada por el municipio Caldense, albergado por rocas ígneas. Bolívar se renueva después de tantas ferias inauguradas sobre los cimientos de Mana.

La colonización española, la familia Ruiz, ricos en gloria, cansados del living colonial, abren a par los pórticos del hogar. Fecundan la libertad, cada uno de los miembros discurren como un hormiguero anunciado por un ventisco a la periferia. Dotada de una rara fisionomía geométrica, descrita en algún trazo de Euclides por la Antigua Roma, Alejandría. Las almas caritativas de cuerpo cellisco lechoso –vestidos por la brisa del nevado- afianzan con un suspiro confiado la fatiga de casa en lo ancho del Zaguán de piedra finita donde la afluencia de la gente es ya considerable. Muchos comparten la misteriosa simpatía de un dolor común establecido entre los que tienen la misma suerte.   

En estos barrios ignoran los rudimentos del urbanismo, las calles están ciegamente perdidas por un laberinto.

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes
que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.

El aire frío trae consigo los bramidos desolados de los colonos antiqueños que a lomo de mula fundaron Manizales. Las figuras de modelo rústico y popular de la arquitectura en bahareque y madera: Plaza de bolívar por el escultor Pietro Tennerami. El Palacio de Gobierno. Edificio Zans, construido por Angelo Papio y Gian Carlo Bonarda. Patentaron el espíritu Romano en dos esculturas de Carrara: Minerva y Mercurio. La ponderación Griega, Zeus, no hubiese desatado las redes de piedra, la petrificación llevada por Papio y Bonarda, condenaron la Sabiduría y el sonido de la lira a fatigarse a largas soledades en las calles de Manizales.

El palacio Arzobispal. El palacio de bellas artes. La torre de Herveo. Capilla de la Enea y La inmaculada no pueden cambiar el orden transitorio de Villamaría. Tanta fauna humana que puebla Villamaria –un tren en marcha por el afán inescrupuloso de la modernidad– no acata el pálido polvo dejado por los monumentos citadinos. Las lámparas guiñan el ojo para no abrirlo hasta la próxima madrugada, dejando sin sombra la usura de los días transcurridos en el pueblo. Puede haya otro en la sombra, otra suerte que no sea de un hombre provinciano, pero los focos no parpadean hasta el próximo sol. El pueblo de pliegos viejos, los gloriados de las familias que descansan en el zaguán, están condenados infinitamente a la repetición de sus tragedias y dichosa alegrías.

La soledad de los días, las rectas galerías y la repetición de innumerables pasadizos han hecho a Mercurio indigno de su arpa. Los allegados fomentan el turismo en los cables del instrumento. La brisa le atina, suena el dolor de lo bello. Don Joaquín, aprovecha el ocaso pardo, entre ocasión y ocasión, cree que ésta será la última. Ha subido al pueblo a costa del Arpa. Saluda sus pocos amigos con la tristeza de reconocer los años evidenciados en ellos. Joaquín, juega una partida de naipe, recobra el tiempo perdido en la incertidumbre de la suerte.

Seis y media de la tarde, suena el eco eclesiástico, Nuestra señora del Rosario. El heroísmo de las almas difuntas por recorrer el techo de las casas de tejado rojizo donde ya no es de extrañar su ausencia. Don Joaquín, sus amigos, la familia Ruiz y una de tantas caras de Villamaría, rostros de rodeos toreros, se van haciendo viejos. El parque, renueva. Atrás, deja todo su matiz. Los trotes a caballo de Bolívar se pierden en el olvido. Ahora es el pueblo quien juega la partida de naipes, la suerte divina de la Providencia por quedar en el patrimonio de la memoria sin entrar en luto porque no hay nadie quien venga a las fiestas solemnes. El pueblo no tiene quien le consuele en la lucha por no ser olvidado.

Tristezas de Sion la cautiva

1:1 ¡Cómo ha quedado sola la ciudad populosa! 
La grande entre las naciones se ha vuelto como viuda, 
La señora de provincias ha sido hecha tributaria. 
1:2 Amargamente llora en la noche, y sus lágrimas están en sus mejillas. 
No tiene quien la consuele de todos sus amantes; 
Todos sus amigos le faltaron, se le volvieron enemigos.

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