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Premios Oscar 2017: La resaca fílmica

Desperté esta mañana aún con secuelas de lo sucedido anoche durante los premios Óscar. El 26 de Febrero fue la entrega 89 de los premios de la academia, y aparentemente todo iba sobre ruedas durante la distribución de los  galardones, los cuales en realidad no reconocen la calidad de un largometraje, sino su influencia comercial mediante las siempre agresivas campañas en Hollywood.

Cada año, y con menos sutileza, las películas presentadas son excusa para los ejecutivos o productores que se pavonean en su “compromiso” por la agenda política de turno en productos complacientes. A simple vista parece correcto y esencial, pues en el panorama actual reina la incertidumbre ante un nuevo gobierno cuestionable; diría execrable. La discriminación y una renovada represión surgen de nuevo como alarma, aunque la elección de Donald Trump es la obvia consecuencia de males que siempre estuvieron allí, ignorados por todos, hasta que a las malas quitaron el velo. Sin embargo con la poca credibilidad del evento, todo ello es un gancho disfrazado de denuncia. No basta con buenas intenciones, debes saber comunicar para que haya una real acción y coherente en cuanto a sus ideas u orientación ética, pero ni en algunos guiones  se aplica. Solo quieren quedar bien.

Al moldear esa ilusión, incluyen películas realmente comprometidas y discursos contundentes, que por desgracia se ven opacadas por otras con contenido más diluido. Pretenden disfrazar sus carencias narrativas o estéticas en pos de encajar con los vestigios de una retórica. En transparente ironía, la academia segrega.

Sin quererlo plasma temas como el racismo de manera infantil e irresponsable, sin el tratamiento complejo necesario al indagar por otros matices y fracturas de la condición humana. Las grandes películas relevantes confrontan, incomodan y reflexionan, recuérdenlo.

La epitome fue la bochornosa equivocación en la categoría a mejor película, donde se pensó que La La Land ganó y debo decir que es una obra más completa en casi todos sus componentes, pues Damien Chazelle –en plena entrega e ingenio- aterriza el musical a terrenos cotidianos con dilemas y conflictos bien trabajados. Sin embargo cuando anuncian a Moonlight como la real ganadora, fue la hilarante confirmación. La obra de Barry Jenkins exhibe las adversidades de ser negro en Estados Unidos, todo a través de una frustrada búsqueda de la identidad -no solo sexual- en un entorno de masculinidad toxica; como lo notan, en papel es un gran punto de arranque, pero la cinta posee una narrativa desigual y apela a la grandilocuencia visual para disimular el superficial desarrollo de cascarones denominados personajes. No medita en sus temas, solo mueve la cámara por zonas emocionales claramente artificiales.

Si hablamos bajo el rigor del análisis fílmico, obras como Fences, Arrival, Manchester by the Sea o Hell or high Water eran superiores a las mencionadas, ya sea en conjunto o por algunas piezas, pero sabemos que poco importa para esta organización el balance entre técnica, arte y mensaje profundo o concreto. Los Óscar jamás se tomaron en serio a sí mismos y ahora que por fin exponen el chiste, nadie ríe con el remate.

Espero se vaya la resaca con esto y retorne la conciencia sobre lo que transmitimos, quizás encontremos algo significativo por el verdadero apoyo a la diversidad. Iré a tomar café, por ahora.

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El contenido de los textos aquí publicados es de exclusiva responsabilidad de los autores y no compromete a la Corporación La Astilla en el Ojo.

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