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¿Qué hay de Fiducentro?

Es una buena mañana la que ilumina los tejados azules carcomidos por el tiempo, la lluvia y la humedad. La extrañeza, el diseño de sitios cuasi urbanos semejantes a plazas, el piso totalmente adoquinado y adornado, las múltiples escalinatas y rampas para ascender y descender, incluso lámparas de calle (que con el adoquín dan una excelente combinación) y verjas con diseños lanceolados que ornamentan las fronteras entre los espacios dan a Fiducentro (Pereira-Colombia) una atmósfera extraña que teniendo en cuenta la complejidad de sus pasillos laberínticos, las “plazas” y los establecimientos de comida y bebida construidos al estilo “feria de carrusel”, abandonados y desgastados, dan en la noche una impresión más tétrica aún al lugar.

Sin duda no se pensaba en un lugar de comercio que obedeciera a los atractivos actuales de los que dista mucho, -teniendo en cuenta que en su descripción en la web se describe no solo como centro de comercio sino también cultural- pues a pesar de su gran área, sus angostos pasillos generan una sensación de encierro, sus locales casi todos estarían pensados hoy más como oficina, despachos o bodegas que como puntos de venta “normales”. Una arquitectura poco convencional a lo que la sociedad de consumo estaría acostumbrada.

Teniendo una gran iluminación por parte de sus azulados tejados, las penumbras que habitan los numerosos ángulos de los laberínticos pasillos y el piso compuesto por ladrillos color herrumbre oscuro opacarían esa seguridad, alegría, luz, visibilidad, ruido, tanto de personas como de productos; malles de comida igual de suntuosos como policromados, enormes locales que representan lo enormes de las marcas comerciales que el libre comercio ha posibilitado para saciar a algunos ansiosos de esnobismo, y de poder vestirnos y adquirir lo propio de la producción globalizada; balcones o espacios donde se ve hacia afuera del edificio, características propias de los edificios comerciales convencionales como Unicentro, Victoria Centro Comercial, centro comercial Alcides Arévalo, centro comercial Pereira Plaza o el más reciente y concurrido Parque Arboleda (con algo de excepción en Novacentro y Sanandresito, de comercio microempresarial). Tal vez el capitalismo actual impone estas disciplinas estéticas poco a poco en los consumidores, claro, buscar ser lo más bonito o crear esto (lo bonito). Los locales no son muy grandes y son casi uniformes y adyacentes unos de otros, se pueden encontrar aquí estudios de tatuaje, despachos de abogados, oficinas, comercio microempresarial de diseño y productos y servicios varios, café-bares, el club social disco LGTBI La Condesa Club, lugar furtivo para los principios morales del colombiano promedio y el tradicional teatro Santiago Londoño, famoso por ser uno de los centros de encuentro cultural más fuertes de la Urbe del Otún y del Consota donde se reúnen algunos que escapan del hiper-consumo para detenerse en la paciencia extática y numinosa de la música de la Banda Sinfónica de Pereira o dejar de ser actor del siglo XXI para convertirse en espectador que despierta de éste y su letargo observando a quienes representan intencionalmente sus vicisitudes en las artes escénicas; no es de extrañarse que se salga del imaginario común de un pereirano cuando piensa en “centro comercial”, ¿Por qué lo ve feo?

En el penúltimo nivel hay una especie de solar o plaza ornamentada en el centro con un adorno geométrico en baldosas color beige y negro, al frente hay un gran cuadro o mural con figuras rectangulares, zigzagueantes y triangulares que hacen un juego interesante y algo hipnótico en los colores blanco, rojo y negro que las visten. Corresponde al artista Omar Rayo, reconocido por sus obras las cuales son ilustraciones geométricas muy bellas y que hacen un buen juego simbólico con el compendio geométrico que es todo el edificio: triángulos, rectángulos, muchos ángulos.

De niño asistía a este lugar con mi madre, la acompañaba a deberes de negocios a una oficina que está ubicada cerca de una banca que da la espalda a la plaza del adorno en baldosa y en la que seguramente me senté más de una vez hace una década; es la misma en la que estoy sentado ahora, regresando a un lugar de mi niñez. En ese entonces me daba miedo perderme y recuerdo que en el último nivel donde estaban los puestos de comida que ahora están abandonados, había sillas de plástico y mesas que ya no están, y en el mismo nivel, en uno de sus extremos se ubicaba una noria mirador (rueda de campo de diversiones), nuevamente abandonado y que tampoco está ya –también fue piscina de pelotas-.

En el otro extremo del último nivel hay otra pequeña plaza circular hecha en adoquín y adornada con delgadas columnas de ladrillo rodeando el medio círculo, la cual se me hizo idónea para recitales de poesía o ferias, sigo caminando y también me encuentro con señales de tránsito y vías en miniatura pintadas en el piso, lo que me deja un poco perplejo. La pregunta que me hace un vigilante que ronda, que si estoy buscando algo en especial, me hace percatar que ya no soy un infante que tiene el derecho a explorar, observar y detallar sin la presunción de voluntad de hurto.

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